Opiniones personales. Opiniones ajenas. Mafalda. Otros

martes, 29 de enero de 2013

Sobre el relativismo II


Sigo con el relativismo. Es muy fácil en la sociedad que vivimos tachar a una persona de intolerante, basta que alguien defienda una verdad, o una opinión no guste a otro, para que los supuestos tolerantes se sientan con derecho a ser ellos los que reparten el carnet de la tolerancia. Ha pasado hace poco en Córdoba (España), el Sr. Obispo haciendo uso de su libertad ha aclarado una vez más lo que realmente es la ideología de género, un ataque frontal a la familia. ¡Y cómo no!, salió el “tolerante de turno” que por lo visto se debe creer en posesión de la verdad, para insultar al obispo y señalarle que tenía que aprender a ser tolerante ¡Toma ya! Cómo decía mi madre: “justicia sí, pero no por mi casa”.
¿Por qué ocurren estas cosas? Porque faltan estudios de filosofía en nuestras famosas leyes de educación y no se sabe distinguir porque no se enseña, entre lo relativo y lo absoluto. Los famosos derechos humanos son bienes absolutos, todo el mundo tiene derecho a tener un trabajo, lo relativo es cómo será ese trabajo, lugar, etc. Me gustó el ejemplo que leí en un libro de José Ramón Ayllón, decía que el hombre puede jugar de dos formas en la cancha de la libertad, respetando el reglamento (pluralismo) o rechazando las reglas del juego y arbitraje (relativismo).

Defender que las mayorías son las que pueden establecer las reglas del juego sin tener en cuenta la ley natural es despeñarnos; acabamos sin argumentos para condenar las matanzas de los judíos, etc.
Estaremos todos de acuerdo en decir que el cáncer, el sida etc. son malos en sí mismos; distinto es que a alguien la enfermedad le haya podido servir para su bien. Leí en un libro que un famoso terrorista que viajaba a Argelia, al ver su vuelo demorado por una amenaza de bomba, fue consciente de que su “trabajo habitual”, poner bombas, matar gente, era cometer crímenes; pero se tuvo que ver él como sujeto pasivo de semejante tropelía para ser consciente de su error.

Existen principios que no son discutibles ni cambiables porque me convengan o no a mí y mis fines. La Verdad está fuera de nosotros y tiene que ser así si queremos vivir en un mundo un poco seguro al menos.

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