Opiniones personales. Opiniones ajenas. Mafalda. Otros

jueves, 28 de mayo de 2015

Reflexiones 3

Y la tercera palabra es “perdón”. Palabra difícil, sí, pero también necesaria. Cuando falta, pequeñas grietas se engrandecen ---aún sin quererlo-- hasta convertirse en fosas profundas.

No por nada, en la oración enseñada por Jesús, el “Padre nuestro” que resume todas las preguntas esenciales de nuestra vida, encontramos esta expresión: "Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden". Reconocer haber faltado, y estar deseoso de restituir lo que se ha quitado --respeto, sinceridad, amor-- nos hace dignos del perdón. Y así se para la infección. Si no tenemos capacidad de pedir perdón, quiere decir que tampoco somos capaces de perdonar. En la casa donde no se pide perdón empieza a faltar el aire, las aguas se estancan. Muchas heridas de los afectos, muchas laceraciones en las familias comienzan con la pérdida de esta palabra preciosa: perdón. En la vida matrimonial se pelea muchas veces, también “vuelan los platos”, pero doy un consejo: no terminen el día sin hacer las paces. Escuchad bien. ¿Habéis peleado marido y mujer? ¿Hijos con padres? ¿Habéis peleado fuerte? No está bien pero no es el problema: el problema es que este sentimiento no esté al día siguiente. Por eso, si han peleado, no hay que terminar nunca el día sin hacer las paces en familia. ¿Y cómo debo hacer las paces? ¿Ponerme de rodillas? ¡No! Solamente un pequeño gesto, una cosita así. ¡Y la armonía familiar vuelve, eh! ¡Basta una caricia! Sin palabras. Pero nunca terminar el día en familia sin hacer las paces. ¿Entendido? ¡No es fácil, eh! Pero se debe hacer. Y con esto la vida será más bella.

Estas tres palabras-clave de la familia son palabras sencillas, y quizá en un primer momento nos hacen sonreír. Pero cuando las olvidamos, no hay nada de que reír ¿verdad? Nuestra educación, quizás, las descuida demasiado. El Señor nos ayude a volverlas a poner en el lugar exacto, en nuestro corazón, en nuestra casa, y también en nuestra convivencia civil. Y ahora invito a repetir todos juntos estas tres palabras: “permiso, gracias, perdón”… ¡todos juntos! “permiso, gracias, perdón”. Son tres palabras para entrar realmente en el amor de la familia, para que la familia quede bien. Ahora, repetir ese consejo que he dado, todos juntos: nunca terminar la jornada sin hacer las paces. Todos. “Nunca terminar la jornada sin hacer las paces”. Gracias.


miércoles, 27 de mayo de 2015

Reflexiones 2

La segunda palabra es gracias. Muchas veces podemos pensar que nos estamos convirtiendo en una civilización de malas maneras y malas palabras, como si fuera un signo de emancipación. Las escuchamos decir muchas veces también públicamente. La gentileza y la capacidad de dar las gracias son vistas como un signo de debilidad, a veces suscitan incluso desconfianza.

Esta tendencia se contrasta en el mismo seno de la familia. Debemos ser intransigentes sobre la educación en la gratitud, en el reconocimiento: la dignidad de las personas y la justicia social pasan ambas por aquí. Si la vida familiar descuida este estilo, también la vida social lo perderá. La gratitud, además, para un creyente, está en el corazón mismo de la fe: un cristiano que no sabe dar las gracias es uno que se ha olvidado del lenguaje de Dios. ¡Escuchad bien eh! Un cristiano que no sabe agradecer es uno que ha olvidado del lenguaje de Dios. ¡Es feo esto, eh!

Recordamos la pregunta de Jesús cuando sanó diez leprosos y solo uno de ellos volvió para darle las gracias. Una vez escuché de una persona anciana, muy sabia, muy buena, sencilla, pero con esa sabiduría de la piedad, de la vida… “La gratitud es una planta que crece solamente en la tierra de las almas nobles”. Esa nobleza del alma, esa gracia de Dios en el alma que empuja a decir: Gracias a la gratitud. Es la flor de un alma noble. Ésta es una algo bonito.


martes, 26 de mayo de 2015

Reflexiones del Papa Francisco 1

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La catequesis de hoy es como una puerta de entrada para una serie de reflexiones sobre la vida de la familia, su vida real, con sus tiempos y sus circunstancias. Sobre esta puerta de entrada están escritas tres palabras, que ya he utilizado varias veces. Y estas palabras son: permiso, gracias, perdón. De hecho, estas palabras abren el camino para vivir bien en la familia. Son palabras sencillas, pero no tan sencillas para poner en práctica. Encierran una gran fuerza: la fuerza de cuidar la casa, también a través de miles de dificultades y pruebas; sin embargo su falta, poco a poco abre grietas que pueden incluso hacerla caer.

Nosotros las entendemos normalmente como las palabras de la “buena educación”. Está bien. Una persona bien educada pide permiso, da las gracias y pide perdón si se equivoca. Porque la buena educación es muy importante. Un gran obispo, san Francisco de Sales, solía decir que “la buena educación es ya mitad de santidad”. Pero, atención, en la historia hemos conocido también un formalismo de las buenas maneras que se puede convertir en máscara que esconde la aridez del alma y el desinterés por el otro. Se suele decir: "Detrás de muchas buenas maneras se esconden malas costumbres”. Ni siquiera la religión es inmune a este riesgo, que desliza el cumplimiento formal en la mundanidad espiritual.

El diablo que tienta a Jesús ostenta buenas maneras --pero es realmente un señor, un caballero-- y cita las Sagradas Escrituras, parece un teólogo. Su estilo parece correcto, pero su intento es desviar de la verdad del amor de Dios. Nosotros sin embargo entendemos la buena educación en sus términos auténticos, donde el estilo de las buenas relaciones está firmemente arraigado en el amor del bien y en el respeto del otro. La familia vive de esta finura del querer bien.

La primera palabra es permiso. Cuando nos preocupamos por pedir gentilmente eso que quizá creemos que merecemos, ponemos una defensa real en el espíritu de la convivencia matrimonial y familiar. Entrar en la vida del otro, también cuando forma parte de nuestra vida, pide la delicadeza de una actitud no invasiva, que renueva la confianza y el respeto. La confianza no autoriza a dar todo por descontado. Y el amor, cuanto más íntimo y profundo es, más exige el respeto de la libertad y la capacidad de esperar que el otro abra la puerta de su corazón. A propósito de esto, recordamos esa palabra de Jesús en el libro del apocalipsis: "Mira que estoy en la puerta y llamo. Si alguno escucha mi voz y me abre la puerta, yo iré con él, cenaré con él y él conmigo". ¡También el Señor pide permiso para entrar! No lo olvidemos. Antes de hacer algo en la familia, ¿permiso? ¿puedo hacerlo? ¿te gusta que lo haga así? Ese lenguaje verdaderamente educado, pero lleno de amor. Y esto hace mucho bien a las familias.


domingo, 24 de mayo de 2015

Historias duras pero aleccionadoras

ReL publica a continuación el testimonio en primera persona de Darlene Pawlik, que explica cómo fue concebida en una violación, en una familia violenta, y sufrió abusos por parte de su padre... Y con todo, explica, la vida vale la pena, los bebés merecen vivir y son los criminales los que deben ser castigados para proteger a los inocentes.

En el año 1966, Claire tenía 16 años. Un chico nuevo de la escuela la invitó a ir al cine y, como era encantador, sus padres le dieron permiso. A la vuelta, el joven propuso que tomaran un atajo y la violó. Estaba tan avergonzada que no se lo contó a nadie pero, cuando advirtió que estaba embarazada, se confió a su madre aunque sin prodigarse en detalles ya que, en su fuero interno, entendía que era un asunto que les incumbía sólo a ellos. Debido a la presión del entorno social del momento se casó con el chico y vivían en la misma zona. El joven tenía una gran habilidad para camelarse a la gente pero, en realidad, era violento y su familia fría y desalmada. Durante los dos años en que vivieron en un cobertizo propiedad de su familia la violaba continuamente pero ella no dijo nada a nadie hasta que se quedó embarazada por segunda vez.

Entonces, Claire advirtió a su madre de que se quitaría la vida si no la sacaba de allí. Supe los detalles de mi concepción cuando era aún muy joven. Mi madre venía de un hogar desestructurado y tenía muchos problemas. Nos solíamos mudar de casa todos los años e incluso siguió siendo así cuando se casó con su segundo marido.

Mi infancia fue difícil. Mi hermana y yo pasábamos fines de semana con la familia de nuestro padre y él abusaba de nosotras incluso con la aquiescencia de su familia que, mediante amenazas, nos asustaba y nos conminaba a guardar silencio. Mi madre no era consciente de todo esto.

Fuimos víctimas de abusos durante años. Mi hermana y yo estamos contentas por haber sobrevivido, por no haber sido abortadas y agradecidas a nuestra madre que apostó por nuestra vida.

Durante mi adolescencia me escapé, me raptaron y vendieron, traficaron conmigo, me violaron y golpearon y caí en las drogas y el alcohol.

Pululé por las calles taciturna y con la carencia de un padre a quién yo voluntariamente repudiaba porque era un violador. Me daba la impresión de que toda la ciudad sabía de su brutalidad.

No me planteé cambiar de vida hasta que me quedé embarazada. El padre de mi bebé era un hombre casado, un mafioso del crimen organizado. Yo para él era tan sólo un pasatiempo más, una de las muchas chicas que le proporcionaba un proxeneta. Me amenazó con matarme si no abortaba y yo que sabía que era capaz concerté la cita delante de él. Pero aquella noche soñé con el procedimiento de un abortó y vi con nitidez que era aterrador.

Así que me las ingenié para fingir que había abortado y actué como si la interrupción se hubiese llevado a cabo. Él insistió en llevarme a cenar y, aunque estaba aterrada ante la idea de que lo pudiera descubrir, tuve que aceptar. Le pedí que, después del trago que había pasado, me dejara marchar y él convencido de que había abortado, me lo permitió.

Nuestras vidas no son menos valiosas que las que vienen de un acto de amor. Tengo cinco hijos y dos nietos. Mis hijos son personas normales que trabajan y yo misma he servido a la sociedad de muchas y variadas maneras durante los 25 años en que he trabajado de enfermera.

Rechazo totalmente la idea que tiene la sociedad de que una mujer violada debe abortar. A los violadores, como mi padre, no los persiguen y los condenan a la pena de muerte por su crimen y, sin embargo, al niño inocente fruto de esa violación, sí. A la gente le parece normal matar al niño que como yo o tantos otros fue concebido en una violación y esto es un sin sentido.

Es abominable animar a una madre violada a que aborte. El hijo que espera no es sólo el hijo de un violador sino que es su propio hijo. Matar a ese niño es un crimen.

La mujer ya ha sido suficientemente ultrajada, su dignidad rota por un violador, para que además sea nuevamente atacada cuando se la pretende despojar de esa maternidad. Añadir al trauma de una violación la atrocidad de un aborto es incrementar su dolor. La gestación es temporal.

La madre que da a luz y entrega a su hijo en adopción puede respirar tranquila porque ha hecho lo correcto.

El mundo es muy variopinto, plagado de dolor, luchas y sin sabores pero, a la vez, lleno de bondad, felicidad y paz para quién se esfuerza en encontrarlo.

Dios tiene un plan para todos nosotros con independencia de las circunstancias de nuestra concepción y de las decisiones equivocadas o acertadas que hayamos tomado.

Mientras vivamos siempre tendremos la posibilidad de un cambio, de una conversión y de un mañana mejor.