Opiniones personales. Opiniones ajenas. Mafalda. Otros

sábado, 8 de junio de 2013

Seguimos con las virtudes


La primera virtud es frenar la lengua, y es casi un dios quien teniendo razón sabe callarse. Catón de Útica (95 AC-46 AC) Político romano.

Nuestro gran error es intentar obtener de cada uno en particular las virtudes que no tiene, y desdeñar el cultivo de las que posee. Marguerite Yourcenar (1903-1987) Escritora francesa.

Un hombre sin virtud no puede morar mucho tiempo en la adversidad, ni tampoco en la felicidad; pero el hombre virtuoso descansa en la virtud, y el hombre sabio la ambiciona. Confucio (551 AC-478 AC) Filósofo chino.

Un hombre de virtuosas palabras no es siempre un hombre virtuoso. Confucio   

Una virtud simulada es una impiedad duplicada: a la malicia une la falsedad.
San Agustín (354-430) Obispo y filósofo.

El hombre superior piensa siempre en la virtud; el hombre vulgar piensa en la comodidad. Confucio 

Cuando veáis a un hombre sabio, pensad en igualar sus virtudes. Cuando veáis un hombre desprovisto de virtud, examinaos vosotros mismos. Confucio 

 

viernes, 7 de junio de 2013

El ideal de sabio y las cuatro virtudes

               Siguiendo el ejemplo de los primeros filósofos y de Sócrates, se formó en Grecia un ideal de sabio; de hombre dedicado a la búsqueda de la sabiduría;…; capaz de prescindir de la buena vida para llevar una vida buena… Sabiduría que no era pura teoría, sino que quería ser una manera sabia de vivir… El ser humano es racional, y por eso, debe vivir por encima de sus pasiones, buscando paz con la naturaleza y dentro de la sociedad.

Si somos inteligentes y libres, nuestra conducta tiene que estar dominada por la inteligencia y la libertad… La virtud propia de la inteligencia es la prudencia y la virtud que perfecciona la voluntad es la justicia. La virtud que gobierna los deseos es la templanza y la virtud que gobierna el ánimo para afrontar y resistir las dificultades es la fortaleza.

(Del libro “Las virtudes”. Juan Luis Lorda)

jueves, 6 de junio de 2013

Sobre las virtudes


Según Aristóteles, para mejorar hace falta adquirir buenos hábitos. Sobre todo el hábito o la virtud de la justicia, que es hacer las cosas como hay que hacerlas. Según Aristóteles, se trata de poner en todo la medida de la razón. Tenemos que comer, pero con la medida razonable que descubre la inteligencia. Podemos beber, pero con la medida razonable que descubre la inteligencia. Y lo mismo en cualquier otra cosa. De manera que el hombre bueno es aquel en que predomina la razón y la justicia en todo lo que hace. Este ideal del hombre bueno y de lo que es la virtud ha atravesado la historia de la humanidad. Es la clave del humanismo clásico. Y hoy es igual que cuando Aristóteles la explicó a sus discípulos.

(Del libro “Las Virtudes”. Juan Luis Lorda)

miércoles, 5 de junio de 2013

Testimonios

 ¿Cómo viven los seminaristas en China? Es difícil de contestar, ya que, dependiendo a la situación de cada diócesis, cambia el modo de vivir en el seminario. Lo que voy a decir sobre mi seminario es un pequeño reflejo de los seminarios clandestinos.

Cuando entré en el seminario, éramos casi 30 chicos, procedentes de tres lugares diferentes del país. Nosotros, el curso más joven –casi todos teníamos 17 años – vivíamos en una cueva, construida por los seminaristas mayores en una montaña tan alta que nos parecía vivir en el cielo. Aquella era nuestra capilla, nuestra aula de clase, y también el comedor.

Debajo de nosotros había una aldea, de unos 100 habitantes, todos católicos. Eran los que nos protegían, y los que nos subían el arroz, la harina y las verduras. Durante la semana, no teníamos mucho tiempo libre, porque había que aprovechar las horas al máximo, pues allí nadie sabe cuánto puede durar un curso. De lunes a viernes, teníamos ocho clases diarias, con asignaturas muy variadas. Los sábados hacíamos la limpieza, y los domingos podíamos salir a hacer una pequeña excursión por la montaña. El tiempo de formación antes eran cinco años; ahora son diez, como mínimo.

El primer año vivimos muy felices en aquella cueva, nadie se quejó de la humedad ni de la comida, pues el amor fraterno lo suple todo. La oración y el estudio son nuestra tarea principal, porque sabemos que Cristo necesita soldados bien armados de ciencia y de santidad para extender su reino en China. Cuando alguno está enfermo, o le duele el estómago, o la pierna –porque hay mucha humedad–, el formador suele decirle bromeando que son síntomas de vocación, porque casi todos los curas tienen tales enfermedades. ¡Pues, ya ves cómo Dios confirma la llamada! Nosotros sabemos que el dolor de estómago del formador es debido a la mala alimentación que tuvo cuando estuvo en la cárcel, pues le daban muy poca comida, y mala.

Cuando le preguntamos qué pensaba en la cárcel, nos dijo: «En la comida; después del desayuno, uno ya comienza a esperar el almuerzo, porque siempre teníamos hambre». El trabajo en la cárcel no era muy duro, pero cansaba mucho: tenía que escoger pelos de cerdos durante horas y horas, para la fabricación de cepillos de zapatos. Mi formador tenía un sentimiento especial con aquellos cepillos. Cuando Dios bendice, bendice con la cruz. Así, estábamos casi acostumbrados a que Dios, de vez en cuando, nos mandaba una pequeña cruz.

En aquel tiempo, cuando rezábamos, podíamos cantar; también podíamos reírnos a carcajadas, hablar en voz alta, salir a dar paseos…Gozamos de bastante libertad durante casi un curso entero. Luego tuvimos que irnos a otro sitio. Es que los policías se enteraron de la existencia de un grupo de los nuestros, que vivían en otra montaña. Les capturaron a todos cuando estaban almorzando. En el camino a la comisaría, una feligresa vio a un seminarista en el jeep de policía haciéndole señales, así que subió corriendo adonde nosotros estábamos para avisarnos. Cuando llegó, estábamos preparando la cena. El formador, sin pensar ni un segundo, en seguida nos mandó huir. Bajamos de la montaña cruzando un bosque, de dos en dos. Todavía no éramos conscientes del miedo, nos parecía casi divertido aquello de huir corriendo de la policía. Hacíamos competiciones para ver quién corría más rápido…

Una vez salimos de la casa, los fieles de la aldea metieron piensos para los animales domésticos en la cueva, y echaron polvo en el cristal de la ventana, que siempre había estado muy limpia. Esa misma noche, subieron los policías, llevando perros, para capturarnos también a nosotros. Dios pensó que todavía no era el tiempo. Ya no había nadie allí. Tres meses después, nos reunimos en otra provincia. Nos dijo el Rector que los seminaristas detenidos recibieron una condena de tres años de cárcel, y que tenían que cavar piedras, ya que el sitio era montañoso y hacía falta construir caminos. En esta nueva casa, el formador nos dijo que fuéramos más prudentes y cautelosos, no sólo por nuestra seguridad, sino también por la de la familia que nos había acogido. Así que no podíamos hablar en voz alta, ni reírnos demasiado, y mucho menos salir de la habitación, para que no se enterasen los vecinos. Pero, no sé cómo, siempre acaban enterándose.

Por eso teníamos que cambiar de casa cada muy poco tiempo –como mucho, cada medio año–. Hasta el día de hoy, los seminaristas de mi diócesis siguen llevando este estilo de vida, huyendo de un sitio para otro. Cuando en alguna fiesta, como la Pascua, quieren cantar los chicos, el formador elige a uno o dos para que canten, y en voz baja…

La Iglesia en China lleva siglos de persecución. La sangre de los mártires, semilla de los nuevos cristianos, está brotando. Una primavera del cristianismo está llegando a China. Cada año, a pesar de la falta de libertad religiosa, miles y miles chinos se bautizan. Ahora más que nunca hacen falta misioneros intelectualmente bien preparados; tenemos que dar razones de nuestra esperanza a la gente. Para llevar a cabo esta misión, la Iglesia en Europa nos ha ofrecido su ayuda: muchos movimientos de la Iglesia quieren encargarse de la educación de los seminaristas chinos. Así, muchas diócesis han enviado a sus seminaristas a Europa para recibir una mejor formación y para que luego puedan servir mejor a la Iglesia. Lo que quiero es que la gente conozca un poco más cómo viven los seminaristas en China ahora, porque se habla mucho de la apertura de China, el desarrollo de China, incluso de la mejoría de las relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y China, como si en China hubiera libertad religiosa ya. Yo quería escribir un poco cómo estudian los seminaristas en China, porque estudian mucho.

Ciertamente tenemos pocos recursos para ello, pero estudian mucho, porque saben que la Iglesia lo necesita –me dolió mucho escuchar a un cardenal que dijo que el clero de la Iglesia clandestina es inculto–. El año pasado fui a China; la vida de los seminaristas sigue siendo como antes, no pueden hablar ni cantar en voz alta. El día de la Asunción de la Virgen, no se imaginan cuántas ganas tenían los chicos de cantar una misa a la Virgen, pero no podían; cerramos todas las ventanas y puertas en pleno agosto, para que pudieran cantar algo.

Se habla mucho de la Iglesia oficial o patriótica, y la Iglesia clandestina o fiel a Roma, pero la cuestión de fondo no está en esto, sino en el sistema político: para el comunismo no existe la persona, por consiguiente, ni sus derechos, y mucho menos la libertad religiosa. Queremos todos ver una Iglesia unida en China, pero es el Gobierno el que no lo quiere.

Al amable lector, le ruego que en su momento de oración se acuerde de los obispos y los sacerdotes que están todavía en la cárcel, y rece por los seminaristas, para que seamos aptos para el reino de Dios.

 

lunes, 3 de junio de 2013

Bonita y aleccionadora historia


27 mayo 2013. es.globedia.com  (*)

El actor empezó a meditar en su posible conversión siendo ya octogenario, cuando le sobrevino un problema en los ojos que le obligaba a pasar mucho tiempo a oscuras. Dedicando a la reflexión las horas que antes dedicaba a otras ocupaciones, se dio cuenta de que Dios había ido preparando su corazón desde hacía tiempo
      Esta semana celebramos el 110 aniversario de Bob Hope, nacido en Eltham (Reino Unido) el 29 de mayo de 1903 con el nombre de Leslie Townes Hope. En 1908 emigró con su familia a Cleveland, por eso él se consideró siempre estadounidense.Cultivó todos los géneros del espectáculo, en particular el teatro en Broadway, aunque la fama le vendría por el cine y la televisión; y en Norteamérica se le recuerda también por sus giras para entretener a los soldados durante la II Guerra Mundial. Para muchos críticos, es el mayor showman norteamericano del siglo XX.

      Se casó con Dolores Reade en 1934. Con ella vivió 69 años, que fueron por lo general felices, a pesar de las frecuentes infidelidades de Hope, que él reconocería tiempo después. En medio de esas tormentas, ella sostuvo durante decenios la esperanza de verle convertido al catolicismoDolores era una gran cristiana. Soportó la debilidad de Bob con fe, oración y paciencia», afirmó el religioso franciscano Benedict Groeschel, amigo del matrimonio, a quien Hope trató siempre con gran respeto. El padre Groeschel cuenta una anécdota que el mismo Hope solía referir con nostalgia. En cierta ocasión fue invitado a un gran evento católico, y el cura que le presentó, antes de darle la palabra, quiso relajar el ambiente y contó hasta ocho chistes. Cuando por fin Hope tomó el micrófono, miró a los asistentes y, muy serio, dijo: «Y ahora, recemos» .
      Dolores, como Santa Mónica por San Agustín, rezó toda su vida por su marido, y pedía a sus amigos que hiciesen lo mismo. «Básicamente, el agente catalizador de su conversión fue su esposa», asegura el cardenal Theodore McCarrick, ex arzobispo de Washington, quien también trató a la pareja y conoció su gran generosidad: ambos hicieron muchas obras benéficas e incluso adoptaron cuatro hijos.

      A Bob le entusiasmaba el catolicismo. Durante el conflicto mundial acompañó varias veces al cardenal Francis Spellman, arzobispo de Nueva York, en sus viajes de apoyo a las tropas, y quedó asombrado del cariño con que le recibían los soldados católicos.
La conversión, 57 años después

      Con todo, ni la oración de su mujer ni la simpatía de Bob por los católicos dieron fruto en el corto plazo. El actor empezó a meditar en su posible conversión siendo ya octogenario, cuando le sobrevino un problema en los ojos que le obligaba a pasar mucho tiempo a oscuras. Dedicando a la reflexión las horas que antes dedicaba a otras ocupaciones, se dio cuenta de que Dios había ido preparando su corazón desde hacía tiempo. El toque definitivo fue un detalle menudo, pero muy significativo para él. Cuando en 1991 se inauguró la Biblioteca Presidencial Ronald Reagan, comprobó que no figuraba en la lista de invitados. Llamó a la Casa Blanca muy airado: «¡Pero si soy Bob Hope!», gritó; pero no le valió de nada. Aquella omisión −señaló más tarde Bob Hope− «me hizo caer en la cuenta de lo poco que perdura la gloria humana. No es aquí abajo donde debemos poner nuestras esperanzas».
      A partir de entonces sus conversaciones con el cardenal McCarrick se hicieron más frecuentes. Y, finalmente, a los dos años se convirtió. Lo hizo en la iglesia de San Carlos Borromeo, en el norte de Hollywood. Recibió el bautismo de manos del padre Thomas Kiefer, en una ceremonia íntima que apenas trascendió a la esfera pública. Después de casi seis décadas, Dolores vio alcanzado su sueño de que él abrazara su misma fe. Los últimos diez años –recordó ella− fueron especialmente felices. Bob Hope murió el 27 de julio 2003, a las pocas semanas de cumplir 100 años. Su mujer le siguió en 2011, también centenaria, con 102 años. Allá en el cielo, de nuevo juntos, seguro que Bob le canta esa canción que es como su seña de identidad: Thanks for the memory, que en esta escena entona un matrimonio (la actriz es Shirley Ross) recordando los bellos momentos que han vividos juntos. La memoria de esos momentos perdurará en el cielo para siempre.

(*) Publicado originariamente en religiónenlibertad.com).

 

domingo, 2 de junio de 2013

La mayor tragedia de nuestros días


Juan Moya. analisisdigital.org
Defender la vida es un valor humano y social del que nadie debería dudar, independientemente de sus opiniones políticas, porque la vida humana debe ser un valor incuestionable para todos, si verdaderamente queremos que prevalezca el derecho y la justicia, bien entendidos

      En el mundo hay muchas cosas buenas, empezando por el mundo mismo en cuanto que existe. Y muchas personas desconocidas en su mayor parte para la opinión pública, que viven con rectitud, responsabilidad, haciendo el bien, dando a sus vidas un sentido de servicio; y, si son cristianos, por amor a Dios y al prójimo. Muchos más ofrecen sus dolores, enfermedades, contradicciones, para purificarse y alcanzar de Dios gracias y misericordia abundante para el perdón de los males que los hombres cometemos a diario.
      En el mundo hay muchas cosas buenas, pero la “cizaña” también es abundante: guerras, terrorismo, odios, violencias de todo tipo, injusticias, corrupción, mentiras graves, desigualdades sociales inadmisibles… Pero sin quitar importancia a ninguna de esas lacras, la mayor tragedia de nuestros días −la más extensa, la que afecta a muchos más seres humanos, que además son los más inocentes− es el aborto. Millones de niños que no han llegado a nacer porque se han destrozado sus vidas en el seno materno, en unas cifras que superan las de todas las guerras juntas.

      Para ganar terreno decididamente en esta gran tragedia, es imprescindible estar bien convencidos de que la vida humana, desde su concepción, debe ser un valor indiscutible e inviolable. Es un grave deber de todos proteger la vida humana desde su concepción hasta la muerte natural, particularmente de los poderes públicos −debe ser el primer deber de todo legislador−, de los profesionales de la sanidad, y de la opinión pública.
      El aborto va contra el derecho a nacer y a vivir, y no parece que pueda considerarse un “bien”: es claramente un mal. No es un “avance” −¿cómo va a serlo?− sino una tragedia humana y social que entre todos hemos de procurar evitar.

      Entre esas posibles medidas se pueden citar el respeto a la mujer −también ella debe hacerse respetar−; ayudar a vivir una sexualidad responsable desde la adolescencia, evitar sin complejos modas y costumbres que promuevan una sexualidad ajena al amor conyugal y a la procreación, y se evitarán muchos problemas. A la vez, establecer las medidas necesarias para que todo niño concebido pueda llegar a nacer, y ser convenientemente atendido por instituciones públicas o privadas cuando los padres, por algún motivo, no deseen ocuparse de esa responsabilidad.
      Es también necesario crear un clima de respeto a la vida en la opinión pública. Defender la vida es un valor humano y social del que nadie debería dudar, independientemente de sus opiniones políticas, porque la vida humana debe ser un valor incuestionable para todos, si verdaderamente queremos que prevalezca el derecho y la justicia, bien entendidos.

      La verdadera defensa de la mujer embarazada es ayudarla a asumir el embarazo, en todos los casos y llevarlo a término. Y que después decida libremente si entrega su hijo para que sea adoptado o desea mantenerlo y educarlo. El valor de la vida humana no depende de que el feto esté sano o enfermo (¿cómo habría que calificar la negación de este principio?). Ni de que haya sido engendrado voluntariamente o sea fruto de una agresión sexual. Ni esa vida vale menos que la de la madre, por lo que ¿qué razón habría para supeditarla a la de ella?
      Por otra parte, los casos de peligro para la salud física materna hoy día son más teóricos que reales, por los medios de que dispone la Medicina. Los supuestos peligros para la salud psíquica no son comparables al trauma post-aborto, que puede durar toda la vida (psicológicamente y moralmente). Los médicos y los sacerdotes saben algo de esto.

      Por otra parte, es una verdad biológica demostrada que desde el instante mismo de la unión del espermatozoide y el óvulo hay un nuevo ser humano, con toda su carga genética (46 cromosomas, en los que están los dos que determinan el sexo), distinta ya a la de sus progenitores, y ya no necesita nada más que ser alimentado y respetar su crecimiento natural para llegar a nacer. Si en aquel primer instante no es ser humano, no podrá llegar a serlo nunca. Por eso no tiene base científica hacer creer que la vida humana comienza a partir de la implantación en el útero, o de una determinada fase posterior del embarazo.
      Es necesario reconocer que no somos dueños de la vida, sino administradores y que hemos de respetarla y protegerla en todos los momentos de su existencia. En caso contrario, la sociedad estará enferma, no tendrá los recursos morales suficientes y fácilmente los problemas y desórdenes se multiplicarán en los más diversos ámbitos. Si nos faltara “coraje” para defender el primer derecho humano ¿con qué decisión defenderemos otros? Y si se rechaza la pena de muerte ¿por qué se aprueba el aborto?

      Como es natural, la protección de la vida requiere que el legislador provea las medidas necesarias para no permitir que se viole la ley; con más motivo si hubiera reiteración. Tienen una especial responsabilidad los médicos, enfermeras y las clínicas que se dediquen a esas intervenciones.
Juan Moya. Doctor en Medicina

Buenísimo artículo que lo comparto al 100%. Gracias Doctor por su estupenda reflexión