Opiniones personales. Opiniones ajenas. Mafalda. Otros

sábado, 16 de agosto de 2014

Reflexiones

El problema más persistente de la humanidad, aparte de la muerte, es que resulta muy fácil decir lo que hay que hacer y muy difícil hacerlo.

Se hace mucho sumando cada día un poco. Pero cualquier gran tarea necesita arrebatos.

Lo que nos gustaría exigir a los demás es lo que nos tenemos que exigir a nosotros mismos.

Para rendir en el trabajo hace falta concentración, tiempo, inspiración y medios. Esto solo se consigue en momentos felices. Por eso, el éxito de una vida consiste en multiplicarlos.

Casi nunca es verdad que lo que más nos importa es lo más importante.


(Del libro “Aforismos”. Juan Luis Lorda. Edit. Rialp)

jueves, 14 de agosto de 2014

Reflexiones interesantes

Prudencia no es tener miedo a las decisiones, sino pensarlas

Ya vio Aristóteles que los humanos nos movemos por tres motivos: por obtener placer, por ganar ventaja o porque pensamos que es lo que hay que hacer. Justicia es el hábito de elegir lo que debemos por encima de lo que nos apetece o nos conviene.

Tratar a los demás como a uno le gustaría ser tratado es el compendio más antiguo y práctico de la justicia. Para aprender a ser justo, solo hay que seguirlo.

Para ser justo, hay que escapar del yo. El egoísmo es uno de los grandes móviles humanos y el que más corrompe.

Siempre podemos hacer más de lo que le parece a nuestra pereza y menos de lo que le parece a nuestra soberbia.


(Del libro “Aforismos”. Juan Luis Lorda. Edit. Rialp)

martes, 12 de agosto de 2014

Reflexiones

Cuando el que manda quiere hacerlo todo, encierra la empresa en sus propios límites.

Es difícil que se entiendan dos personas que creen mandar sobre lo mismo.

Entre el palo y la zanahoria siempre es mejor la zanahoria; pero no hay gobiernos si no se ve el palo.

Los gobiernos débiles corrompen a sus colaboradores porque no se atreven a corregirlos.

Para gobernar hay que tener claro cuál es el puerto y quién va a remar.

(Del libro Aforismos. Juan Luis Lorda. Editorial Rialp)


domingo, 10 de agosto de 2014

Historias...

Sólo sabemos de él que se llama Josef, que tiene 32 años, que está escondido en las afueras de Kabul y que reza a escondidas arrodillándose ante unas velas, una tosca cruz de madera donde tiene escrito un pasaje del Sermón de la Montaña, y una Biblia. Oculta su rostro y su apellido para salvar su vida, pero ha tenido valor para contársela a Azam Ahmed en un escalofriante reportaje de The New York Times.

Oficialmente no hay cristianos afganos. Si se les descubre y no quieren volver al islam, se les deporta a la India, donde en Nueva Delhi florece una pujante comunidad afgana. Así que nadie se atreve a serlo públicamente en su patria. Con todo, para Josef el frío y húmedo sótano de piedra y arena de tres por tres metros donde vive es, ahora mismo, un lugar más seguro que el Pakistán de donde ha huido. Sólo le acompañan esos objetos religiosos, un cartón de cigarrillos y una carpeta de plástico con recuerdos de su conversión al cristianismo.

20.000 dólares a cambio de información
Su cuñado, Ibrahim, estuvo no hace mucho en Kabul para matarle por "apóstata". Ofreció 20.000 dólares a The New York Times por revelar su paradero: "Si le encuentro, cuando haya acabado con él mataré también a su hijo, que es un bastardo porque su padre no es musulmán". El pequeño tiene tres años. A pesar de todo, Josef no va a dar un paso atrás: "Aunque me maten, no volveré a convertirme [al islam]", asegura antes de que conozcamos su duro itinerario vital.

Emigrar a toda costa
En los tiempos de los talibanes y la guerra posterior, mientras sus hermanos emigraban a Alemania, él se quedó en Afganistán para cuidar de sus padres. Trabajó como taxista y por las noches estudiaba Medicina en Kabul, donde se graduó. Un día de 2009 vio morir de un disparo a un niño de 8 años en brazos de su madre y decidió escapar. Pidió dinero prestado a su familia, trabajó el doble, y finalmente allegó medios suficientes para irse a Europa, mientras su mujer y su hijo se trasladaban a Pakistán con la familia de ella.

Salió de Afganistán, donde su madre murió poco después. Llegó a Turquía, pasó a Grecia, y de allí hasta Alemania, donde en Hamburgo le recogieron sus hermanos.

Jesucristo aparece en escena
Fue en Hannover donde descubrió el cristianismo. Las convicciones mahometanas en las que había sido educado habían quebrado hacía tiempo tras ver lo que vio en su país. Acogido en un campamento de refugiados en Alemania, allí continuó su proceso de descubrimiento de la persona de Jesucristo. "Creo que me impresionó la personalidad de Jesús misma. El hecho de que se encarnase para librarnos de nuestros pecados me conmovió. Admiraba su carácter y su personalidad mucho antes de bautizarme", explica. Finalmente recibió el sacramento en Kassel, donde vivía con una de sus hermanas. Sus familiares aceptaron bien su cambio de religión.

El error de olvidar un pen drive