Opiniones personales. Opiniones ajenas. Mafalda. Otros

sábado, 6 de diciembre de 2014

Y una última historia por ahora

Los cardenales Korec y Vlk en Checoslovaquia
La persecución contra la Iglesia en la antigua Checoslovaquia también fue implacable. Nada más llegar los comunistas, cerraron las escuelas, los periódicos y las editoriales católicas. En la noche del 13 de abril de 1950, fueron clausurados todos los conventos y monasterios, y se declararon extintas todas las Órdenes religiosas: miles de personas fueron puestas, literalmente, en la calle.

El cardenal Jan Korec, jesuita, cuenta cómo se vio obligado a desempeñar diversos trabajos: operario en una fábrica, bibliotecario, barrendero..., hasta que en 1961 fue detenido y condenado a 12 años de prisión.

Un recorrido similar siguió el cardenal Miloslav Vlk, en la actualidad arzobispo de Praga; después de ser ordenado, los comunistas le enviaron a las montañas, hasta que en 1978 le prohibieron ejercer sus funciones sacerdotales. Durante diez años, hasta poco antes de la caída del Muro de Berlín, trabajó en una fábrica de automóviles, y también como limpiacristales y archivero.

En todos estos puestos aprovechaba para confesar a quien se lo pidiera y dar una palabra de fe: «La fe me acompañaba con su paz, incluso durante mi trabajo de limpiacristales por las calles de Praga. Durante casi diez años recorrí esas calles, con frío o con calor, sostenido por la fe».

Tanto Korec como Vlk tuvieron unos ejemplares predecesores en el cardenal Beran, que se vio obligado a exiliarse en Roma en 1965, y el cardenal Tomasek, quien durante todo su ministerio entabló un fuerte pulso con el régimen político.

Después de la caída del Muro de Berlín, el cardenal Tomasek afirmaba: «Estoy convencido de que donde está la Cruz de Cristo está la fuerza y la victoria. La Iglesia es suya, y Él sabe encontrar los caminos para guiarla, incluso dejándola sufrir por un tiempo. Pienso también que una verdadera vida cristiana es el mejor testimonio en una sociedad socialista».

Su testimonio, como los de los cardenales que lo acompañan en estas páginas, así como la de tantos y tantos otros fieles católicos, es un ejemplo todavía hoy.

viernes, 5 de diciembre de 2014

Más historias

El cardenal Slipyj y los soviéticos en Ucrania
El intento de separar a los católicos de la obediencia a Roma fue la obsesión de los comunistas. Tras la invasión de Ucrania en 1944, los rusos intentaron que ortodoxos y católicos se unieran al Patriarcado de Moscú, a los que el cardenal Slipyj, metropolita de Lvov (Ucrania), se negó en redondo.

Fue arrestado el 12 de abril de 1945; tras el juicio, celebrado esa misma noche, fue condenado a ocho años de trabajos forzosos y deportado al gulag de Maryjinsk, a la altura del círculo polar ártico, y de allí fue enviado a otros campos, en todos los cuales asistió a las necesidades espirituales de sus fieles y celebró numerosos bautizos.

Por su actividad pastoral en prisión fue condenado nuevamente, esta vez por tiempo indefinido; y luego otra vez más, por utilizar penicilina para curarse de una afección pulmonar.

Moscú trató por todos los medios de vencer la fidelidad de Slipyj a Roma, pero no lo consiguió. Al otro lado del Telón de Acero, Juan XXIII intentó la vía diplomática para obtener su liberación, hasta el punto de que su caso fue tratado en conversaciones de Kruschev y Kennedy.

Finalmente, en 1963, después de 18 años en prisión, el cardenal Silpyj fue liberado y obligado a exiliarse.
Al llegar a Roma fue recibido por Juan XXIII. Cuando el Papa bueno trató de abrazarlo, Slipyj se arrodilló ante él y le besó los pies: un signo de la fidelidad al Papa y a la Iglesia católica en la que había vivido durante toda su reclusión.

Los cardenales Hossu y Todea en la cárcel rumana
La obsesión de Stalin de prohibir la Iglesia católica en Ucrania fue copiada por varios países de la órbita comunista. En Rumanía, el régimen emitió un decreto en el que extinguía la Iglesia católica y la incorporaba a la Iglesia ortodoxa rumana.

Numerosos sacerdotes fueron arrestados por permanecer fieles a Roma, acusados de actividades antidemocráticas, entre ellos el cardenal Iuliu Hossu, que pasó dieciséis años encarcelado.
Cuando le ofrecieron abandonar el país y marcharse al exilio, respondió: «Yo me quedo aquí, en mi país, para compartir el destino de mis hermanos, de mis sacerdotes y de mis fieles. No les puedo abandonar».

Pasó por diversas cárceles y luego fue confinado en su casa bajo arresto domiciliario. En 1970, en un hospital de Bucarest, se despedía así del cardenal Todea, quien le sucedió al frente de la Iglesia católica en Rumanía: «Mi lucha ha terminado, comienza la suya».

El cardenal Alexandru Todea fue ordenado obispo clandestinamente en 1950, y sólo un año después fue arrestado y condenado a prisión.

Contaba con humor cómo, en una ocasión, compartió una celda con cinco obispos y otros ocho sacerdotes, y le nombraron jefe de la brigada de limpieza del baño.

Pero, en realidad, su paso por la cárcel fue muy duro; le acusaban de ser un siervo del Vaticano y enemigo del comunismo, una amenaza para la felicidad del pueblo.

En 1964, una política más aperturista de Bucarest, por motivos de necesidad económica, obligó al régimen a limpiar un poco su imagen de cara al exterior. Todea fue liberado, pero se le prohibió ejercer su ministerio, algo que el cardenal ignoró por completo, y desde la clandestinidad trabajó por levantar la Iglesia católica en Rumanía.

Sus esfuerzos se vieron especialmente reconocidos con ocasión de la histórica visita del Papa Juan Pablo II a Rumanía en 1999; el cardenal Todea, ya muy enfermo, estaba sentado en su silla de ruedas y el Papa se acercó a él para abrazarlo al final de la misa. Todea se echó a llorar y todos los fieles reunidos en la catedral estallaron en un largo y emocionante aplauso.


martes, 2 de diciembre de 2014

Las llagas de la Iglesia sangran en Granada

Traigo un, a mi juicio, excelente artículo de José-Fernando Rey Ballesteros, sacerdote publicado en su blog "De un tiempo a esta parte". Por espacio he tenido que recurrir al "salto de linea" pero animo a todos a leerlo completo, no tiene desperdicio.

Cuando, hace cinco años, inauguré este blog con el título «De un tiempo a esta parte», lo hice a conciencia, pensando en «un tiempo» –el tiempo de Dios– y en «esta parte» –nuestra historia, el día a día en que vivimos inmersos–. Me propuse abordar, en la misma página, los misterios eternos y la actualidad rabiosa, dejando que se iluminasen mutuamente.
   Toda esta explicación viene a cuento para decir que, muy a mi pesar, me veo obligado a escribir sobre los sucesos que están teniendo lugar en la diócesis de Granada, y que supongo de sobra conocidos por todos vosotros. Recalco el «muy a mi pesar». Ojalá jamás tuviera que escribir líneas como éstas. Pero callar sería vivir en otro mundo. Cualquier cristiano que encienda un televisor o se asome a las páginas de un periódico se siente herido por lo que allí encuentra. ¿Cómo no hablar de ello?
   En ellos –en vosotros– pienso: en los cristianos «corrientes», que rezan en su casa y van a misa a su parroquia los domingos. ¿Qué sentirán cuando el domingo que viene se acerquen a la iglesia de su barrio? ¿Cómo mirarán a sus sacerdotes? Pienso en las madres que traen a sus hijos a nuestras catequesis. ¿Habrán relacionado los supuestos abusos cometidos por ministros de Dios en Granada con lo que pueda suceder cuando sus niños cruzan las puertas de los salones parroquiales? Pienso en los padres y madres de nuestros monaguillos. ¿Se habrán sentido inquietos al saber que las supuestas víctimas de esos terribles abusos eran, precisamente, monaguillos? ¿Tendrán la fuerza y la fe suficiente esos padres para seguir fiándose de nosotros? Pienso también en los padres de los niños que, después de la Misa Mayor, corren a nuestras sacristías a recibir un caramelo de manos del sacerdote. ¿Seguirán esperándoles tranquilos en el templo pensando que sus hijos van a recibir sólo la bendición de Dios y un dulce?

lunes, 1 de diciembre de 2014

Historias interesantes

Como supongo que les pasa a muchos yo estoy un poco cansada de leer y oir sobre los desmanes que cometen algunas personas que no deberían hacerlo jamás, pero también hay muchísimos más de los que no se oye hablar que tienen unas historias muy apasionantes; me propongo ir relatando algunas de ellas.

Conozca la historia de 8 cardenales presos tras el Muro de Berlín: 25 años de libertad para creer

Alfa y Omega (www.alfayomega.es) publicó en 2009, con motivo de los 20 años de la Caída de las tiranías comunistas de Europa Oriental, este artículo de Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo que repasa la experiencia de los obispos encarcelados o martirizados bajo esos regímenes totalitarios y laicistas. Al cumplirse los 25 años de la caída del Muro en ReL creemos que vale la pena volver a recordarlo.

Obispos de acero: La fe de los pastores católicos en la Europa comunista, testimonio 20 años después
Todavía hay quien levanta la mano, puño en alto, y canta La Internacional, sin acordarse de la gran cantidad de muertos que provocó la búsqueda del llamado paraíso socialista en el siglo XX.

Especialmente en los países del Este de Europa, el levantamiento del Telón de acero trajo consigo mucho sufrimiento, y se ensañó brutalmente con aquellos que defendían la libertad de conciencia y la fe.

Muchos católicos se negaron a negar a Cristo, y una gran cantidad de fieles lo pagaron con la muerte, incluidos algunos de sus pastores. Veinte años después de la caída del Telón de acero, las historias de los sucesores de los Apóstoles que ofrecieron la resistencia de la verdad y de la fe ante la apisonadora socialista siguen siendo ejemplo y testimonio

Toda una vida de fidelidad a la Iglesia católica
De los 100 millones de muertos que ha traído consigo el comunismo desde que triunfó la revolución soviética en 1917, una gran parte de ellos corresponde a ciudadanos de los países del Este de Europa, que se vieron atrapados tras el Telón de acero en 1945.

La apisonadora comunista invadió multitud de países y envenenó la sociedad y la política, pero ante su avance fueron muchos los que se negaron a que también su conciencia fuera sepultada bajo la ideología. Entre ellos, muchos cristianos y católicos fieles laicos y pastores, que pagaron su fidelidad a la fe en Cristo con cárcel, torturas, deportaciones, y hasta con su propia vida.

No se libró nadie, ni siquiera obispos ni cardenales, y muchos de ellos sufrieron en carne propia las consecuencias de oponerse a la ideología socialista.

Recientemente [en 2009], tuvo lugar, en Zagreb (Croacia), el encuentro La misión de la Iglesia en los países del Centro-Este europeo, a veinte años de la caída del sistema comunista. El cardenal Josip Bozanic , arzobispo de Zagreb, quien presidió el encuentro, afirmó que «el Telón de acero es la imagen de la división, de la fractura, del alejamiento y del egoísmo. Lo puso el hombre que quería impedir el acceso al hombre, pero su objetivo era mucho más profundo: impedir que la mirada del hombre se dirigiera hacia Dios y pudiera conocer su amor».

La Iglesia se revelaba en aquel contexto como el último baluarte de la conciencia y de la libertad del hombre, el único ámbito que ofrecía resistencia al nuevo diseño de sociedad que trataban de implantar los comunistas.

Las acusaciones eran siempre las mismas: traición a los nuevos amos del Estado y antipatriotismo (por colaborar con un régimen extranjero, como pensaban que era el Vaticano), y habitualmente venían acompañadas de mentiras, como la colaboración con los nazis en el pasado.

En muchos países, decretaron por ley la desaparición de la Iglesia católica, y no dudaron en coaccionar a obispos y sacerdotes para que se pasasen a la Iglesia ortodoxa, más manejable para ellos.


domingo, 30 de noviembre de 2014

Sigo con el sentido común de George Carlin

Bebemos demasiado, fumamos demasiado, despilfarramos demasiado, reímos muy poco, conducimos muy rápido, nos enojamos demasiado, nos desvelamos demasiado, amanecemos cansados.

Leemos muy poco, vemos demasiada televisión y rezamos muy rara vez.

Hemos multiplicado nuestras posesiones pero reducido nuestros valores.

Hablamos demasiado, amamos demasiado poco y odiamos muy frecuentemente.

Hemos aprendido a ganarnos la vida, pero no a vivir.


Añadimos años a nuestras vidas, no vida a nuestros años.