Opiniones personales. Opiniones ajenas. Mafalda. Otros

viernes, 4 de julio de 2014

Otra historia interesante

En el alma de Tulio Pizarro los juegos de infancia con sus hermanos en medio de los amazónicos paisajes aledaños a San Martín (Perú) evocan raíces que ama. Son pinceladas de un espíritu de familia que se fragmentó al separarse Hilda y Eduardo, sus padres. Mientras que ella se volcó en la administración de una panadería, Eduardo, miembro de la policía peruana, no perdía ocasión para motivar a sus hijos mayores a incorporarse en la Guardia Civil. Tulio siguió este camino, siendo destinado en los setenta, a servir como socorrista marítimo. Recuerda haber salvado vidas desde un mar que luego sería figura simbólica de otro que amenazaría su vida.

Una doble vida, un salto al crimen
Tras quince años entregado por completo a su labor como socorrista policial, Tulio se casó y consolidó una familia con tres hijos. Tenía conciencia de que era vital que guiara la formación católica en sus hijos y viviera sus valores en el matrimonio. Pero “la carne tiraba” y “el precio de un pan para mis hijos, muchas veces me lo gastaba divirtiéndome con mujeres u otras personas”. Llevando esa doble vida, explica, quiso luego ganar dinero fácil y ni siquiera reflexionó las consecuencias cuando se unió al “negocio familiar”, organizado por su primo. “No fue difícil que él me convenciera… un día se presentó en mi casa y me propuso entrar en el negocio de la venta de droga. Acepté de inmediato”.

Como buen emprendedor se avocó a expandir el negocio y sumó algunos de sus hermanos como cómplices, que trasladasen cargamentos de droga a diferentes zonas de Perú. “Me aprovechaba del uniforme”, confiesa Tulio. Después de un tiempo, las pistas que dejaban les delataron y fue capturado con sus cinco hermanos en una redada policial.

“Nunca te imaginas la magnitud de los problemas que esta decisión puede causar en tu vida y en la de tu familia. Hace ya casi doce años que dejé abandonados a mi esposa, a mis hijos y a mi madre. Recién ahora me doy cuenta de las crueles circunstancias familiares y sociales que les he hecho vivir”.

jueves, 3 de julio de 2014

Dedicado a todos los padres y madres

Especialmente dedicado a María

El día de S. Patricio de 2002 nació nuestro hijo Leo. Tiene síndrome de Down y al cabo del tiempo le diagnosticaron autismo. ¡Que alegría nos ha dado durante estos once años!, ¡que alegría y que bendición!... las personas con Síndrome de Down son por definición, amor; Viven del amor y viven para amar. 

Son naturaleza humana elemental y básica, en toda su belleza y simplicidad. Sabemos que si alguien tiene un hijo con síndrome de Down puede estar seguro de que la alegría, la risa y el amor les han sido concedidos por Dios como una gracia especial. En las personas con síndrome de Down no hay ambición, ni afán de poder, ni vanidad, ni falsedad, ni hipocresía.

Como padre de Leo, sé por experiencia –una bella experiencia- que nuestro hijo es un don especial de Dios. Ha traído alegría, risa y amor a nuestra familia; y también retos que en sí mismos son un don.

Alguien ha dicho que a la mayoría de nosotros se nos da la vida para aprender, pero que a unos pocos selectos se les da la vida para enseñar. ¡Que gran verdad!. Leo nos ha enseñado tanto… Nos ha enseñado a amar más sinceramente. Nos ha enseñado a darnos más plenamente. Nos ha ayudado a entregar nuestra vida a aquellos que amamos. ¿Podría habernos dado un regalo mayor?.

Es perverso que se busque a los niños con síndrome de Down en el seno materno y se les extermine sistemáticamente. Es perverso que una madre tenga el “derecho” de decidir matar a su hijo no nacido. Es perverso que se aliente a las madres a que maten a sus bebés “imperfectos” y se denomina así a los débiles, los enfermos y los discapacitados.


(Del libro: “Mi carrera con el diablo”. Joseph Pearce. Edit. Palabra

miércoles, 2 de julio de 2014

Reflexión

Poco después de abandonar la cárcel, empecé a salir con una chica, y aquella relación acabó en un embarazo no previsto. Consideramos seriamente la posibilidad de abortar, y tengo que decir, para mi vergüenza, que fui yo, más que la madre de la niña, quien consideraba esa como la mejor elección.

 Afortunadamente, acabamos teniendo el bebé, mi hija Lorna, y unos dieciocho meses después nació mi segundo hijo, Joe. Mi relación con su madre fue turbulenta y tortuosa, y me hizo consciente – al tiempo que fue un peso insoportable en mi conciencia- de la devastadora naturaleza de una pasión irresponsable e insensata.

 Como en toda relación centrada en uno mismo, los compañeros de fechorías convierten sus vidas en un infierno y, lo que es mucho peor, convierten en un infierno en la tierra la vida de sus hijos. Recuerdo mis esfuerzos para poder ver a mis hijos cuando su madre desapareció con ellos. Joe era un bebé y Lorna debía tener unos dos años. Cuando pude verlos de nuevo, constaté el tremendo sufrimiento que la lucha por la custodia había ocasionado a mi hija.

Cuando la llevaba en coche a casa, estaba visiblemente afligida, con el dedo gordo metido en la boca, mirando por la ventanilla, desconcertada, confusa… Siempre son los niños los que acaban sufriendo las consecuencias del desenfreno sexual, bien porque se acaba poniendo fin a sus vidas en el vientre de su madre, bien porque el egoísmo de sus padres hace su vida insoportable. Los niños son las víctimas silenciosas de la inmoralidad sexual.

(Del libro “Mi carrera con el diablo”. Joseph Pearce. Editorial Palabra, S.A.

Año de publicación 2014.