Opiniones personales. Opiniones ajenas. Mafalda. Otros

sábado, 21 de abril de 2012

¿Crisis en el Catolicismo?


Unos 120.000 adultos se hacen católicos en EEUU cada año: dos tercios ya estaban bautizados

 Texas, Florida, California, Nueva York o Washington son algunas de las zonas con más conversos al catolicismo. Por lo general, las zonas del sur tienden a crecer al combinar una iglesia dinámica con distintos tipos de emigración. (religionenlibertad.com)
La archidiócesis tejana de Galveston-Houston (5,6 millones de habitantes; 1,1 millón de católicos, un 20%) bautizó o recibió como nuevos católicos a casi 2.400 adultos en la reciente Vigilia o el Día de Pascua.
Su vecina, la archidiócesis de San Antonio (2,3 millones de habitantes; 700.000 católicos; un 30% de la población) bautizó o recibió a 1.165 adultos.
La cosmopolita archidiócesis de Nueva York (5,7 millones de habitantes; 2,6 millones de católicos; un 45%) bautizó o recibió a 1.470 adultos.

Si sumamos estas tres diócesis, con una población combinada cuatro veces menor que la de Francia, vemos que bautizan o reciben a tantos conversos adultos como todo el país galo (unos 5.000, entre bautizados y retornados a la fe a través de la confirmación adulta). Tres diócesis equivalen a un país cuatro veces más grande.
Es un ejemplo del dinamismo religioso de la sociedad norteamericana, en un país donde un 44% de la población adulta profesa una convicción religiosa distinta a la que vivió en su infancia.

Casi 120.000 al año
No hay datos completos de 2012 pero sí de 2011, difundidos por la Conferencia Episcopal norteamericana: el año pasado 43.335 adultos se bautizaron como católicos. Además, 72.859 personas ya bautizadas como protestantes ingresaron en plena comunión con la Iglesia Católica. En total, 116.000 nuevos católicos adultos. Este año probablemente haya aumentado un poco, viendo los datos de varias diócesis.
Crecimiento en el sur
El sur de Estados Unidos vive un pequeño "boom" de catolicismo, que se puede explicar no sólo por su celo misionero o evangelizador (que existe) sino por razones demográficas y migratorias. La población del norte tiende a emigrar al sur, más soleado, y encontrar comunidades católicas razonablemente atractivas para alguien "recién llegado" (colegios, tejido social, asociaciones). También encuentran cónyuges católicos, y al casarse adoptan su fe. Así, en esta Pascua se ven resultados sureños como estos:


- Houston: 2.391 nuevos católicos adultos
- San Diego: 1.278
- San Antonio: 1.165
- Fort Worth : 1.121
- St. Petersburg: 963
- St. Louis: 846
- Palm Beach: 607
En otras regiones hay también puntos de crecimiento: Nueva York (1.470), su vecina Rockville Centre (689), la también vecina Buffalo (237); Washington, la capital, que lleva varios años haciendo campañas televisivas y parroquiales de evangelización, ve su segundo mejor resultado de la década: 1.166 nuevos católicos adultos.

Historias muy diversas
Las historias de los nuevos conversos son diversas. Hay inmigrantes de países comunistas, o hijos de esos inmigrantes, hoy ya adultos, que dan el paso. Los hay que han descubierto la fe en colegios o en comunidades o a través de un pariente. Lo más común es que adopten la fe que han aprendido a amar a través de su cónyuge o novio/a. Los hay que huyen de las iglesias protestantes liberales, buscando una iglesia "seria", "exigente", "que no cambie su doctrina".
Por supuesto, no todos los nuevos conversos serán fieles fervorosos. Como explicábamos en ReL, los 70 millones de católicos norteamericanos se agrupan en 5 tipos distintos, cada uno de unos 14 millones: una quinta parte son fieles y fervorosos; otra parte cree, pero es comodona y practica poco; otra parte cree y practica, pero duda o se desentiende en temas éticos; otro grupo sólo es católico en un sentido étnico y por último hay una fracción que no es católica en ningún sentido, excepto por tener alguna abuela italiana o polaca.



viernes, 20 de abril de 2012

Educar el corazón (y II)



Un corazón a la medida de Cristo.En definitiva, la educación de las emociones trata de fomentar en los hijos un corazón grande, capaz de amar de verdad a Dios y a los hombres, capaz de sentir las preocupaciones de los que nos rodean, saber perdonar y comprender: sacrificarse, con Jesucristo, por las almas todas. Una atmósfera de serenidad y exigencia contribuye como por ósmosis a dar confianza y estabilidad al complejo mundo de los sentimientos. Si los hijos se ven queridos incondicionalmente, si aprecian que obrar bien es motivo de alegría para sus padres, y que sus errores no llevan a que se les retire la confianza, si se les facilita la sinceridad y que manifiesten sus emociones… crecen con un clima interior habitual de orden y sosiego, donde predominan los sentimientos positivos (comprensión, alegría, confianza), mientras que lo que quita la paz (enfados, rabietas, envidias) se percibe como una invitación a acciones concretas como pedir perdón, perdonar, o tener algún gesto de cariño.

Hacen falta corazones enamorados de las cosas que valen realmente la pena; enamorados, sobre todo, de Dios. Nada ayuda más a que los afectos maduren que dejar el corazón en el Señor y en el cumplimiento de su voluntad: para eso, como enseñaba San Josemaría, hay que ponerle siete cerrojos, uno por cada pecado capital: porque en todo corazón hay afectos que son sólo para entregarlos a Dios, y la conciencia pierde la paz cuando los dirige a otras cosas. La verdadera pureza del alma pasa por cerrar las puertas a todo lo que implique dar a las criaturas o al propio yo lo que pertenece a Cristo; pasa por “asegurar” que la capacidad de amar y querer de la persona esté ajustada, no desarticulada. Por eso, la imagen de los siete cerrojos va más allá de la moderación de la concupiscencia, o de la preocupación excesiva por los bienes materiales: nos recuerda que es preciso luchar contra la vanidad, controlar la imaginación, purificar la memoria, moderar el apetito en las comidas, fomentar el trato amable con quienes nos irritan… La paradoja está en que, cuando se ponen “grilletes” al corazón, se aumenta su libertad de amar con todas sus fuerzas inalteradas.

La humanidad Santísima del Señor es el crisol en el que mejor se puede afinar el corazón y sus afectos. Enseñar a los hijos desde pequeños a tratar a Jesús y a su Madre con el mismo corazón y manifestaciones de cariño con que quieren a sus padres en la tierra favorece, en la medida de su edad, que descubran la verdadera grandeza de sus afectos y que el Señor se introduzca en sus almas. Un corazón que guarda su integridad para Dios, se posee entero y es capaz de donarse totalmente.


Desde esta perspectiva, el corazón se convierte en un símbolo de profunda riqueza antropológica: es el centro de la persona, el lugar en el que las potencias más íntimas y elevadas del hombre convergen, y donde la persona toma las energías para actuar. Un motor que debe ser educado –cuidado, moderado, afinado– para que encauce toda su potencia en la dirección justa. Para educar así, para poder amar y enseñar a amar con esa fuerza, es preciso que cada uno extirpe, de su propia vida, todo lo que estorba la Vida de Cristo en nosotros: el apego a nuestra comodidad, la tentación del egoísmo, la tendencia al lucimiento propio. Sólo reproduciendo en nosotros esa Vida de Cristo, podremos trasmitirla a los demás. Con la correspondencia a la gracia y la lucha personal, el alma se va endiosando y poco a poco el corazón se vuelve magnánimo, capaz de dedicar sus mejores esfuerzos en la consecución de causas nobles y grandes, en la realización de lo que se percibe como la voluntad de Dios.

En algunos momentos, el hombre viejo tratará de hacerse con sus fueros perdidos; pero la madurez afectiva –una madurez que, en parte, es independiente de la edad– hace que el hombre mire más allá de sus pasiones para descubrir qué las ha desencadenado y cómo debe reaccionar ante esa realidad. Y siempre contará con el refugio que le ofrecen el Señor y su Madre. Acostúmbrate a poner tu pobre corazón en el Dulce e Inmaculado Corazón de María, para que te lo purifique de tanta escoria, y te lleve al Corazón Sacratísimo y Misericordioso de Jesús.
(J.M. Martín, J. Verdiá)

miércoles, 18 de abril de 2012

Aniversario elección de Su Santidad Benedicto XVI



Un lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza es la oración. Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme –cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar-, Él puede ayudarme. Si me veo relegado a la extrema soledad…; el que reza nunca está totalmente solo. (Benedicto XVI. Spe salvi)

Cuando no se camina al lado de Cristo, que nos guía, nos dispersamos por otras sendas, como la de nuestros propios impulsos ciegos y egoístas, la de propuestas halagadoras pero interesadas, engañosos y volubles, que dejan el vacío y la frustración tras de sí. (JMJ en Madrid)

Edificad vuestras vidas sobre el cimiento firme que es Cristo. Esta sabiduría y prudencia guiará vuestros pasos, nada os hará temblar y en vuestro corazón reinará la paz. Entonces seréis dichosos, y vuestra alegría contagiará a los demás. (JMJ. Madrid)

Para descubrir y seguir fielmente la forma de vida a la que el Señor os llame a cada uno, es indispensable permanecer en su amor como amigos. Y, ¿cómo se mantiene la amistad si no es con el trato frecuente, la conversación, el estar juntos y el compartir ilusiones o pesares?. Santa Teresa de Jesús decía que la oración es “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”. (JMJ. Madrid)

Educar el corazón I

Traigo la primera parte de un artículo publicado por J.M. Martín y J. Verdiá que me parece muy interesante para padres y educadores.

Los sentimientos se forman de un modo especial durante la niñez. A aprender a amar se aprende desde niños, y los principales maestros son los padres, como se señala en este artículo sobre la familia.
La educación es un derecho y un deber de los padres que prolonga, de algún modo, la generación; se puede decir que el hijo, en cuanto persona, es el fin primario al que tiende el amor de los esposos. La educación aparece así como la continuación del amor que ha traído a la vida al hijo, donde los padres buscan darle los recursos para que pueda ser feliz, capaz de asumir su lugar en el mundo con garbo humano y sobrenatural.

Los padres cristianos ven en cada hijo una muestra de la confianza de Dios, y educarlos bien es el mejor negocio; un negocio que comienza en la concepción y da sus primeros pasos en la educación de los sentimientos, de la afectividad. Si los padres se aman y ven en el hijo la culminación de su entrega, lo educarán en el amor y para amar; dicho de otro modo: corresponde a los padres primariamente educar la afectividad de los hijos, normalizar sus afectos, lograr que sean niños serenos.

Los sentimientos se forman de un modo especial durante la niñez. Después, en la adolescencia, pueden producirse las crisis afectivas, y los padres han de colaborar para que los hijos las solucionen. Si de niños han sido criados apacibles, estables, superarán con más facilidad esos momentos difíciles. Además, el equilibrio emocional favorece el crecimiento de los hábitos de la inteligencia y la voluntad; sin armonía afectiva, es más difícil el desarrollo del espíritu.

Lógicamente, los misuna condición imprescindible para edificar una buena base sentimental-afectiva es que los mismos padres traten de perfeccionar su propia estabilidad emocional. ¿Cómo? Mejorando la convivencia familiar, cuidando su unión, demostrando –con prudencia– su amor mutuo delante de los hijos. Sin embargo, a veces uno se inclina a pensar que los afectos o los sentimientos desbordan el ámbito educativo familiar; quizá porque parece que son algo que sucede, que escapan a nuestro control y no podemos cambiar. Incluso se llega a verlos desde una perspectiva negativa; pues el pecado ha desordenado las pasiones, y éstas dificultan el obrar racionalmente.

En el origen de la personalidad. Esta actitud pasiva o hasta negativa, presente en muchas religiones y tradiciones morales, contrasta fuertemente con las palabras que Dios dirigió al profeta Ezequiel: les daré un corazón de carne, para que sigan mis preceptos, guarden mis leyes y las cumplan. Tener un corazón de carne, un corazón capaz de amar, se presenta como una realidad creada para seguir la voluntad divina: las pasiones desordenadas no serían tanto un fruto del exceso de corazón como la consecuencia de poseer un mal corazón, que debe ser sanado.

El hombre necesita de los afectos, pues son un poderoso motor para la acción. Cada uno tiende hacia lo que le gusta, y la educación consiste en ayudar a que coincida con el bien de la persona. Cabe comportarse de modo noble y con pasión: ¿qué hay más natural que el amor de una madre por su hijo?, ¡y cómo empuja ese cariño a tantos actos de sacrificio, llevados con alegría!.Y, ante una realidad que resulta, por cualquier motivo, desagradable, ¡cuánto más fácil es rehuirla!: en un determinado momento, percibir la “fealdad” de una acción mala puede ser un motivo más fuerte para no cometerla que miles de razonamientos.

Evidentemente, esto no debe confundirse con una visión sentimentalista de la moralidad. No se trata de que la vida ética y el trato con Dios deban abandonarse a los sentimientos. Como siempre, el modelo es Cristo: en Él, perfecto Hombre, vemos cómo afectos y pasiones cooperan al recto obrar: Jesús se conmueve ante la realidad de la muerte, y obra milagros; en Getsemaní, encontramos la fuerza de una oración que da cauce a vivísimos sentimientos; incluso le invade la pasión de la ira –buena aquí–, cuando restituye al Templo su dignidad. Cuando se desea de verdad algo, es normal que el hombre se apasione. Por el contrario, resulta poco agradable ver a alguien hacer las cosas por cumplir, con desgana, sin poner el corazón en ellas. Pero esto no significa dejarse arrastrar por los afectos: si bien lo primero es poner la cabeza en lo que se hace, el sentimiento da cordialidad a la razón, hace que lo bueno sea agradable; la razón –por su parte– proporciona luz, armonía y unidad a los sentimientos.

Facilitar la conversión del corazón. En la constitución del hombre, las pasiones tienen como fin facilitar la acción voluntaria, más que difuminarla o dificultarla. «La perfección moral consiste en que el hombre no sea movido al bien sólo por su voluntad, sino también por su apetito sensible según estas palabras del salmo: “Mi corazón y mi carne gritan de alegría hacia el Dios vivo” (Sal 84,3)». Por eso, no es conveniente querer suprimir o “controlar” las pasiones, como si fueran algo malo o rechazable. Aunque el pecado original las haya desordenado, no las ha desnaturalizado, ni las ha corrompido de un modo absoluto e irreparable. Cabe orientar de modo positivo la emotividad, dirigiéndola hacia los bienes verdaderos: el amor a Dios y a los demás. De ahí que los educadores, en primer lugar los padres, deban buscar que el educando, en la medida de lo posible, disfrute haciendo el bien.

Formar la afectividad requiere, en primer lugar, facilitar a los hijos que se conozcan, y que sientan, de un modo proporcionado a la realidad que ha despertado su sensibilidad. Se trata de ayudar a superar, a trascender, aquel afecto hasta ver en su justa medida la causa que lo ha provocado. Quizá el resultado de esa reflexión será el intento de influir positivamente para modificar tal causa; en otras ocasiones –la muerte de un ser querido, una enfermedad grave–, la realidad no se podrá cambiar y será el momento de enseñar a aceptar los acontecimientos como venidos de la mano de Dios, que nos quiere como un Padre a su hijo. Otras veces, a raíz de un enfado, de una reacción de miedo, o de una antipatía, el padre o la madre pueden hablar con los hijos, ayudándoles a que entiendan –en la medida de lo posible– el porqué de esa sensación, de modo que puedan superarla; así se conocerán mejor a sí mismos y serán más capaces de poner en su lugar el mundo de los afectos.

Además, los educadores pueden preparar al niño o al joven para que reconozca –en ellos mismos y en los demás– un determinado sentimiento. Cabe crear situaciones, como son las historias de la literatura o del cine, a través de las cuales es posible aprender a dar respuestas afectivas proporcionadas, que colaboran a modelar el mundo emocional del hombre. Un relato interpela a quien lo ve, lee o escucha, y mueve sus sentimientos en una determinada dirección, y le acostumbra a un determinado modo de mirar la realidad. Dependiendo de la edad –en este sentido, la influencia puede ser mayor cuanto más pequeño sea el niño–, una historia de aventuras, o de suspense, o bien un relato romántico, pueden contribuir a reforzar los sentimientos adecuados ante situaciones que objetivamente los merecen: indignación frente la injusticia, compasión por los desvalidos, admiración respecto al sacrificio, amor delante de la belleza. Contribuirá, además, a fomentar el deseo de poseer esos sentimientos, porque son hermosos, fuentes de perfección y nobleza.

Bien encauzado, el interés por las buenas historias también educa progresivamente el gusto estético y la capacidad de discriminar las que poseen calidad. Esto fortalece el sentido crítico, y es una eficaz ayuda para prevenir la falta de tono humano, que a veces degenera en chabacanería y en descuido del pudor. Sobre todo en las sociedades del llamado primer mundo, se ha generalizado un concepto de “espontaneidad” y “naturalidad” que con frecuencia resulta ajeno al decoro. Quien se habitúa a ese tipo de ambientes –con independencia de la edad– acaba rebajando su propia sensibilidad y animalizando (o frivolizando) sus reacciones afectivas; los padres han de comunicar a sus hijos una actitud de rechazo a la vulgaridad, también cuando no se habla de cuestiones directamente sensuales.

Por lo demás, conviene recordar que la educación de la afectividad no se identifica con la educación de la sexualidad: ésta es sólo una parte del campo emotivo. Pero, ciertamente, cuando se ha logrado crear un ambiente de confianza en la familia será más fácil que los padres hablen con los hijos sobre la grandeza y el sentido del amor humano, y les den poco a poco, desde pequeños, los recursos –por la educación de los sentimientos y las virtudes– para orientar adecuadamente esa faceta de la vida.


martes, 17 de abril de 2012

Consejos para pensarlos y ponerlos en práctica.

El famoso magnate Bill Gates dió una conferencia en una escuela secundaria sobre “Las 11 cosas que los estudiantes no aprenden en la escuela”.

Muy conciso, todos esperaban que fuera a hacer un discurso de una hora o más, habló menos de 5 minutos, le aplaudieron más de 10 minutos sin parar, dio las gracias y se fue enseguida en su helicóptero.
Hablo de cómo la "política educativa de vida fácil para los niños" ha originado una generación sin concepto de la realidad, y cómo esta política ha llevado a las personas a fallar en sus vidas después de la escuela.

Regla 1: La vida no es fácil, acostúmbrate a ello.

Regla 2: El mundo no está preocupado por tu autoestima. El mundo espera que hagas algo útil por él ANTES de sentirte bien contigo mismo.

Regla 3: No ganarás 20.000 $ al mes nada más por salir de la escuela. No serás vicepresidente de una empresa con coche y teléfono a tu disposición hasta que con tu esfuerzo hayas conseguido comprar tu propio coche y teléfono.

Regla 4: Si crees que tu profesor es duro, espera a tener un Jefe. Ese sí que no tendrá vocación de enseñanza ni la paciencia requerida.

Regla 5: Vender papel usado o trabajar los días festivos no es ser lo último en la escala social. Tus abuelos tenían una palabra diferente para eso: lo llamaban oportunidad.

Regla 6: Si te equivocas, no le eches la culpa a tus padres o a la mala suerte. Por lo tanto no lloriquees por tus errores, aprende de ellos.

Regla 7: Antes de nacer tú, tus padres no eran tan críticos como ahora. Ellos se volvieron así por pagar tus cuentas, lavar tus ropas y oírte decir que son “ridículos”. Por tanto, antes de salvar el planeta para la próxima generación, queriendo remediar los errores de la generación de tus padres, comienza limpiando las cosas de tu propia vida, empezando por tu habitación.

Regla 8: La escuela puede haber eliminado la distinción entre excelentes, buenos y regulares, pero la vida no es así. En muchas escuelas hoy no repites el curso, hacen que tus tareas sean cada vez más fáciles y tienes las oportunidades que necesites hasta aprobar. Esto no se parece en nada a la vida real. Si fallas, estás despedido. Así que acierta a la primera.

Regla 9: La vida no está dividida en bimestres. Tú no tendrás largas vacaciones de verano y no encontrarás quien te ayude a cumplir con tus tareas, ni jefes que se interesen en ayudarte para que te encuentres a ti mismo. Todo esto y mucho más, tendrás que hacerlo en tu tiempo libre.

Regla 10. La televisión NO es la vida real. En la vida real, las personas tienen que dejar los juegos, el bar, los bailes o los amigos, para irse a trabajar.

Regla 11: Sé amable con los estudiosos (aquellos estudiantes que tú y muchos otros juzgan que son sosos).
Existen muchas probabilidades de que termines trabajando PARA uno de ellos.

Imprime, relee, repasa y muéstraselo a todos los que sinceramente creas que puedan ser tus amigos, o que merezcan una clase, muy particular, dada por quien entiende del asunto ... Y si tienes la suerte de tenerlos cerca y el coraje para hacerlo, enséñaselo a tus padres y a tus hijos...........

Bill Gates