Opiniones personales. Opiniones ajenas. Mafalda. Otros

lunes, 11 de abril de 2016

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Aquella podría ser una mañana más, como cualquier otra. Una persona baja en el Metro de Nueva York, vistiendo jeans y camiseta.  Se para cerca de la entrada, saca el violín de la caja y comienza a tocar con entusiasmo para la multitud que pasa por ahí, en la ‘hora pico’ del día. Tocó durante 45 minutos, y fue prácticamente ignorado por todas las personas que pasaron.

Nadie sabía que el músico era JOSHUA BELL, uno de los mejores violinistas del mundo, ejecutando piezas musicales consagradas, con un instrumento rarísimo, un Stradivarius de 1713, estimado en más de 3 millones de dólares.

Algunos días antes, Bell había tocado en el Symphony Hall de Boston, donde las entradas costaron más de mil dólares.
La experiencia en el Metro, grabada en video, muestra hombres y mujeres de andar ligero, taza de café en la mano y celular al oído… INDIFERENTES AL SONIDO DEL VIOLÍN.

La iniciativa, realizada por The Washington Post, era la de lanzar un debate sobre valor, contexto y arte.

La conclusión es que estamos acostunbrados a dar valor a las cosas, cuando están en un contexto. Bell en el Metro, era una obra de arte sin marco. Un artefacto de lujo, sin etiqueta del diseñador.

Este es un ejemplo de tantas cosas que pasan en nuestras vidas, que son únicas, singulares y que no les damos importancia, porque no vienen con la ‘etiqueta de precio’. Al final, lo que tiene valor real para nosotros, es lo que el mercado dice que podemos tener, sentir, vestir o ser…

Nuestros sentimientos y nuestra apreciación de belleza, están siendo manipulados por el mercado, por los medios de comunicación y por las instituciones que tienen poder financiero.  Lamentablemente, estamos dando valor solamente aquello que está con etiqueta de precio.
Una empresa de tarjetas de crédito está invirtiendo hace algún tiempo, en propaganda donde, después de mostrar varios ítems, con sus respectivos precios, presenta una cena de afecto, de alegría e informa: “NO TIENE PRECIO”.

Y es eso lo que precisamos aprender, a valorar aquello que no tiene precio, porque no se compra. No se compra la amistad, el amor, el afecto. No se compra cariño, dedicación. No se compra el rayo de sol, ni las gotas de lluvia. 
                                  
La canción del viento que pasa silbando por el tronco hueco de un árbol, es gratis. El aire que respiramos, la brisa, el verde de los árboles y el colorido de las flores, nos es dado por Dios, gratuitamente.

Pensemos en esto y aprovechemos más todo lo que está a nuestro alcance, sin precio, sin patente registrada, sin etiqueta de diseñador .
Desde hoy, seamos agradecidos a lo que nos es ofertado gratuitamente y seamos felices, mientras el día nos sonríe y el sol despliega luz en nuestro corazón apasionado por la vida.


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