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martes, 26 de mayo de 2015

Reflexiones del Papa Francisco 1

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La catequesis de hoy es como una puerta de entrada para una serie de reflexiones sobre la vida de la familia, su vida real, con sus tiempos y sus circunstancias. Sobre esta puerta de entrada están escritas tres palabras, que ya he utilizado varias veces. Y estas palabras son: permiso, gracias, perdón. De hecho, estas palabras abren el camino para vivir bien en la familia. Son palabras sencillas, pero no tan sencillas para poner en práctica. Encierran una gran fuerza: la fuerza de cuidar la casa, también a través de miles de dificultades y pruebas; sin embargo su falta, poco a poco abre grietas que pueden incluso hacerla caer.

Nosotros las entendemos normalmente como las palabras de la “buena educación”. Está bien. Una persona bien educada pide permiso, da las gracias y pide perdón si se equivoca. Porque la buena educación es muy importante. Un gran obispo, san Francisco de Sales, solía decir que “la buena educación es ya mitad de santidad”. Pero, atención, en la historia hemos conocido también un formalismo de las buenas maneras que se puede convertir en máscara que esconde la aridez del alma y el desinterés por el otro. Se suele decir: "Detrás de muchas buenas maneras se esconden malas costumbres”. Ni siquiera la religión es inmune a este riesgo, que desliza el cumplimiento formal en la mundanidad espiritual.

El diablo que tienta a Jesús ostenta buenas maneras --pero es realmente un señor, un caballero-- y cita las Sagradas Escrituras, parece un teólogo. Su estilo parece correcto, pero su intento es desviar de la verdad del amor de Dios. Nosotros sin embargo entendemos la buena educación en sus términos auténticos, donde el estilo de las buenas relaciones está firmemente arraigado en el amor del bien y en el respeto del otro. La familia vive de esta finura del querer bien.

La primera palabra es permiso. Cuando nos preocupamos por pedir gentilmente eso que quizá creemos que merecemos, ponemos una defensa real en el espíritu de la convivencia matrimonial y familiar. Entrar en la vida del otro, también cuando forma parte de nuestra vida, pide la delicadeza de una actitud no invasiva, que renueva la confianza y el respeto. La confianza no autoriza a dar todo por descontado. Y el amor, cuanto más íntimo y profundo es, más exige el respeto de la libertad y la capacidad de esperar que el otro abra la puerta de su corazón. A propósito de esto, recordamos esa palabra de Jesús en el libro del apocalipsis: "Mira que estoy en la puerta y llamo. Si alguno escucha mi voz y me abre la puerta, yo iré con él, cenaré con él y él conmigo". ¡También el Señor pide permiso para entrar! No lo olvidemos. Antes de hacer algo en la familia, ¿permiso? ¿puedo hacerlo? ¿te gusta que lo haga así? Ese lenguaje verdaderamente educado, pero lleno de amor. Y esto hace mucho bien a las familias.


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