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martes, 15 de diciembre de 2015

Para no olvidar a San Juan Pablo II

Sobre la fidelidad y la coherencia


“Pero toda fidelidad debe pasar por la prueba más exigente: la de la duración. Por eso la cuarta dimensión de la fidelidad es la constancia. Es fácil ser coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente en la hora de la exaltación, difícil serlo en la hora de la tribulación. Y sólo puede llamarse fidelidad una coherencia que dura a lo largo de toda la vida. El  fiat de María en la Anunciación encuentra su plenitud en el fiat silencioso que repite al pie de la cruz. Ser fiel es no traicionar en las tinieblas lo que se aceptó en público”.
Es fácil ser coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente a la hora de la exaltación, difícil serio a la hora de la tribulación. Y sólo puede llamarse fidelidad a una coherencia que dure toda la vida.

Ser fieles a Cristo es amarlo con toda el alma y con todo el corazón de forma que ese amor sea la norma y el motor de todas nuestras acciones.

La fidelidad de Cristo alcanza en la Cruz su máxima y culminante expresión. De ahí que sea imprescindible la renuncia y la mortificación. Sin una ascética exigente y sin una disponibilidad para servirle profundamente enraizada en vuestro corazón, sin el hábito del olvido de sí, sería imposible amar de veras y ocuparse sólo de los intereses de Cristo.

Permitidme que os abra mi corazón para deciros que la principal preocupación ha de ser la fidelidad, la lealtad a la propia vocación, como discípulo que quiere seguir al Señor con una entrega total y con una disponibilidad apostólica sin condicionamientos ni fronteras. Sólo a la luz de esta entrega se pueden afrontar los demás problemas.



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