Opiniones personales. Opiniones ajenas. Mafalda. Otros

lunes, 24 de julio de 2017

Un poco largo pero interesante

¿Por qué en España abunda el ateísmo… y comienza a brillar la fe católica por su ausencia?

Es la pregunta que intentan resolver los teólogos y los responsables de Pastoral. Cualquier contribución positiva para que ese “problema” español del siglo XXI se resuelva es siempre loable. Lo cierto y curioso es que algunos de esa multitud de ateos tienen padres creyentes, y la inmensa mayoría de ellos tienen abuelos y sobre todo abuelas “católicos muy creyentes” (vamos, de esos de misa y rezo de santo rosario a diario).
¿Y entonces, por qué se ha dado ese bandazo tan negativo para la fe católica en apenas medio siglo?
De las muchas que habrá, relumbran dos poderosas razones:

Primera razón: la ignorancia religiosa casi absoluta a la que hemos conducido entre todos a esos que han acabado en el ateísmo. Nuestros abuelos (fueran más o menos buenos, más o menos practicantes) sabían el catecismo de memoria. Pero muchos de los niños y jóvenes de hoy apenas saben ni qué es eso de “catecismo” (en muchos sitios sustituyeron hace tiempo el catecismo por “cuadernos con dibujos religiosos para colorear”). Y así, infinidad de jóvenes de hoy no sabe qué es un sacramento, ni para qué sirve, ni cuántos sacramentos instituyó Jesucristo, ni qué es un mandamiento, ni para qué sirve... Quien lo sabe, es la excepción. Bueno, el porcentaje de alumnos de Instituto que no saben el Padrenuestro es altísimo. Y casi peor: el porcentaje de alumnos que no saben el Avemaría… es mucho mayor y de vergüenza (dato evidente de la invasión protestante en el catolicismo español, propiciada por los propios católicos españoles). Eso no me lo han contado: lo sé yo por propia experiencia.

De esta ignorancia supina se deduce una consecuencia lógica: Si yo desconozco por completo el Evangelio de Jesucristo, el Depósito de la fe católica, ¿en qué o en quién podré llegar a creer algún día, aunque deseara creer con todo el alma? Desde luego, en el Jesucristo de los Evangelios, nunca. Ahí radica la proliferación de tantas “religiones a la Carta” (como definió Benedicto XVI) que abundan en todas las familias, hasta en las “más creyentes”.

Segunda razón: Junto a esa ignorancia religiosa en cuestiones fundamentales, hay otra razón más básica aún: la educación en valores que estamos transmitiendo a nuestros hijos. Un sencillo ejemplo: Un padre puede incluso enseñar los Mandamientos de la Ley de Dios a sus hijos, y éstos aprenderlos; pero si les da una formación exclusiva en la vida “para que ganen dinero” (como yo he visto que sucede en la inmensa mayoría de los casos que conozco), está inyectando y desarrollando en su alma una pasión que se llama “avaricia”, y de nada le servirá saber los mandamientos y educar en la fe.

Jesucristo mismo me da la razón: «Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero» (Mt 6,24). El dios “dinero” está ocupando muchos corazones, y consecuencia de ello “el odio o el desprecio” (son palabras literales del Evangelio, no mías) al Dios de Jesucristo. Y así es absolutamente imposible alcanzar –y tampoco mantener- la fe católica, pues ésta supone un encuentro personal con el Dios que me están educando, incluso sin pretenderlo, a odiar o despreciar.

Este ejemplo de “avaricia” podría ampliarse y aplicarse con muchos más ejemplos de valores anti-evangélicos, todos ellos incluidos en los siete pecados o pasiones capitales de cualquier ser humano. El principal de todos ellos, en expresión de San Gregorio Magno, la soberbia, que según él es pecado “capitalísimo, pues de él dependen  los otros seis”  (avaricia, pereza, gula, lujuria, ira y envidia). También lo enseña Jesucristo en su santo Evangelio, por ejemplo para la soberbia: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes y se las has revelado a los humildes» (Mt 11,25). Humildad, sencillez, es exactamente el reverso de soberbia.

Mientras estas pasiones del alma aniden en el corazón de una persona, y no se la eduque justamente a lo contrario (es decir, a ser humilde, desprendido, etc.), estamos impidiendo la posibilidad de que encuentre a Dios, y así lo afirma el Evangelio.

Y a un descreído lo que menos le preocupa y le interesa es saber algo de Dios, y cuál es el comportamiento moral que Dios reclama, y cuáles son los mandamientos o los sacramentos, y qué enseña la Iglesia sobre paternidad responsable, y…

Para que todo esto y más cosas le preocupen y le interesen de verdad a alguien, antes debe germinar en su corazón una humilde semilla de fe cristiana católica. Y eso solamente es posible cuando su educación se fundamenta en unos valores evangélicos que no son patente de personas religiosas, sino de gente sencillamente honesta.

Porque luchar contra la soberbia para ser humilde, no es un asunto religioso, sino natural y humano; como lo es el combatir la lujuria, la pereza, la ira, la envidia, la gula y la avaricia. Esa lucha nos lleva a una educación en valores que nada tiene que ver con lo que sobreabunda en la actualidad.  Estos valores, que brotan del Evangelio de Jesucristo y brillan con luz propia, consiguen hacernos mejores personas. Y de paso, predisponen el alma para que encuentre al Señor de la Vida.

El tema de los pecados capitales es apasionante; y bastante desconocido para la catequesis actual, a causa de la persistente marginación que sufre en la mayoría de los programas de formación moral. Y lo cierto es que sin profundizar en este asunto, sin un examen minucioso para que del mismo surja una lucha ordenada contra las cegueras del alma, es imposible el mejoramiento de la calidad de vida de la persona humana, tan relajada y hasta masacrada por las olas de las pasiones que siempre se suscitan...

Conociendo bien las pasiones, percatándose de cómo actúan en el alma y, sobre todo, cómo se combaten con éxito, se mejorará sin duda el nivel moral de vida, exigencia que ya evocó Juan Pablo II: «Queridos hermanos: tened auténtico impulso profético al ayudar a los hombres de nuestro tiempo, que muchas veces caminan a ciegas en lo que se refiere a valores morales... En un mundo que brinda placeres fáciles e ilusiones falaces, es preciso saber caminar contra corriente, inspirándose en los valores morales esenciales, los únicos que permiten llevar una vida armoniosa, próspera y serena».

Manuel Arnaldos Martínez








No hay comentarios:

Publicar un comentario