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miércoles, 17 de mayo de 2017

El saber no ocupa lugar

Constantino no fue Papa, sino emperador romano desde el 312 hasta el 337. Sin embargo, y si exceptuamos a san Pedro, fue más importante para el papado y para el cristianismo que cualquier papa anterior.

En el 313, con su edicto de Milán la Iglesia pudo salir de las catacumbas y expresarse en espacios públicos. En el 321 declaró el domingo como fiesta pública en el Imperio, tradición que ha pervivido hasta nuestros días.

Mitigó la brutalidad de algunos aspectos de la ley criminal romana y el trato a los esclavos. Hizo donaciones para ayudar a los niños pobres y, de este modo, desincentivar el aborto y el abandono a la intemperie de los niños recién nacidos para que murieran.

En el 325 convocó el Concilio de Nicea: los obispos podían consensuar sus acuerdos sobre temas teológicos, pero solo serían válidos con su aprobación. Las acciones de Constantino en favor de la Iglesia no necesitan ser embellecidas ni exageradas. Por esta razón, en algunas Iglesias ortodoxas es conocido como el «decimotercer apóstol».

Junto con su madre, Elena, es venerado como santo en dichas Iglesias, y madre e hijo comparten la misma festividad, el 21 de mayo.

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