Opiniones personales. Opiniones ajenas. Mafalda. Otros

viernes, 20 de noviembre de 2015

Todo puede tener trascendencia

Hace  años, en los turnos de la noche, yo manejaba un taxi, que se convirtió en un confesionario móvil. Los pasajeros me contaban acerca de sus vidas. Escuché  a varias personas que me asombraban, me ennoblecían, me hacían reír y muchas otras me deprimían. Pero nadie me conmovió tanto como la mujer que recogí en una fría noche de agosto.
Un día respondí a la llamada de una vivienda en un modesto sector de la ciudad. Cuando llegué a las 2:30 de la madrugada, el lugar estaba oscuro excepto por una tenue  luz en  el primer piso. Bajo esas circunstancias, muchos conductores   esperan un minuto y  se marchan. Aunque la situación se veía peligrosa, yo  caminé hasta la puerta y toqué.  “Un minuto", respondió una frágil voz.
Ella repetía su agradecimiento por mi gentileza.  No es nada, le dije,  yo sólo  trato a las personas como quiero que traten a mi madre.
Ya en el  taxi me dio un papel escrito con una dirección,  entonces pregunto: ¿Podría manejar a través del centro?  Ese no es el camino mas corto, le respondí rápidamente.
 Oh, no importa, dijo ella, estoy camino del asilo y quisiera ver mi pueblo por ultima vez.  La miré por el espejo retrovisor, sus ojos estaban llorosos. No tengo familia, no tengo a nadie, ella continuó, yo se que ya no me queda mucho tiempo por vivir…
Tranquilamente apagué el taxímetro. Las siguientes dos horas manejé a través de la ciudad. Ella me mostró el edificio donde había trabajado como operadora de elevadores. Manejé por el vecindario donde ella y su esposo vivieron cuando estaban recién casados.
Me pidió que nos detuviéramos frente a un almacén de muebles donde una vez hubo un salón de baile en que ella aprendió a bailar cuando era niña.
Algunas veces me pedía que pasara despacio por frente a un edificio en particular, una esquina, un teatro, o por el parque, y miraba hacia la oscuridad sin decir nada.
Cuando apareció el primer rayo de sol en el horizonte, dijo:
 Estoy cansada, ya quiero llegar a descansar.
Manejé en silencio hasta la dirección que me había dado.
Dos asistentes que estaban esperándola  vinieron al taxi tan pronto llegamos. Eran muy amables. Abrí la cajuela y lleve su equipaje  hasta la puerta. La mujer   se sentó en una silla de ruedas.
- ¿Cuánto le debo?, Preguntó, buscando en su bolsa. Nada, le dije.
De regreso a casa yo reflexionaba: ¿Qué habría pasado si a la mujer la hubiese recogido un conductor malhumorado o alguno que estuviera impaciente por terminar su turno?, ¿Qué habría pasado si me hubiera rehusado a tomar la llamada, o hubiera esperado un minuto y me hubiera marchado?
Yo no creo que haya hecho algo más importante en mi vida.
A veces pensamos que nuestras vidas están llenas de grandes momentos, pero los mas grandes momentos son los que nos atrapan desprevenidos. Alguien tal vez no recuerde lo que hiciste o lo que dijiste... pero siempre recordarán cómo los hiciste sentir...



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