Opiniones personales. Opiniones ajenas. Mafalda. Otros

sábado, 22 de agosto de 2015

La urgencia de la filosofía

    Lo que está sucediendo en España no tiene buen aspecto. Pero tendríamos que ser muy necios para pensar que se trata de un estallido, de una reacción más o menos radical y explosiva ante la multiplicación de casos de corrupción y la duración de la crisis económica. No es así. Lo que está sucediendo en España, más bien, tiene que ver con el triunfo del slogan, con la seducción de las masas a través de las emociones, y con la desactivación de los cerebros. Es el fruto de muchas décadas en las que la verdad no ha importado a casi nadie, mientras la «libertad», entendida como acceso fácil al placer, se ha convertido en un valor absoluto. Hay mucho dinero de por medio en este proceso. No debería extrañar la multiplicación de casos de corrupción.
   La televisión, y otros medios de transmisión rápida de contenidos, como Internet o las redes sociales, han creado, finalmente, una sociedad en la que las ideas (pocas) se entregan ya pensadas, como los envases con comida precocinada que compramos en los supermercados. Son muchos quienes se conforman con esas ideas, sin tomarse la molestia de contrastarlas con la realidad, por el mero hecho de que son agradables y prácticas. A nadie le importa el «qué». Pero sabemos del «cómo» más de lo que ninguna generación ha sabido nunca. Las humanidades y las letras casi han desaparecido de los planes de estudio, mientras la tecnología está al alcance de niños de cuatro años. No hay filósofos, no hay metafísicos. La antropología se ha convertido en el estudio de Atapuerca, y la cosmología debe ser algo relacionado con las naves espaciales.
   La gran pitonisa, la oráculo de nuestro siglo, mal que les pese a algunos, fue Leyre Pajín. Ella reveló la clave que desentraña el secreto del Occidente del siglo XXI, cuando habló de la «conjunción cósmica» señalada por la coincidencia de los mandatos de Zapatero y Obama. ¡Tenía razón! Fue ZP quien aportó otra de las claves, al enmendar la plana al mismo Dios encarnado, y corregir su sentencia: «La libertad os hará verdaderos», dijo el oráculo. Y, si tenemos en cuenta, como más arriba he escrito, que «libertad» significa hoy «acceso fácil al placer», este evangelio vuelto del revés quería decir: «¡Olvidaos de la verdad! ¿A quién le importa? Disfrutad de la vida y dad por aprobada la metafísica».
   No es sólo en España. La nube de zapaterismo (llamémoslo así, ya que somos españoles) ha cubierto la Tierra entera, y se ha infiltrado en todo lugar provisto de ventanas. También en nuestra Iglesia, cuyas ventanas se han mostrado especialmente vulnerables a través de la Historia. Santo Tomás de Aquino ha desaparecido de nuestras catequesis y predicaciones. En los seminarios se enseña más sociología y psicología que filosofía. Las prédicas de los sacerdotes, las catequesis, y las formas de desenvolverse de nuestras reuniones litúrgicas u oracionales hablan más al corazón que a la cabeza. En algunos casos, incluso a las vísceras. A lo sumo, se nos proporcionan slogans fáciles, apenas razonados aunque muy sonoros. Hablar sobre materia y forma de los sacramentos a jóvenes de 16 años parece un atentado contra la juventud. Nos preocupamos más de entretener, divertir y emocionar a los fieles que de instruirlos… ¿Qué vamos a esperar de ellos? Si los tomamos por necios, no debería extrañarnos que los convirtamos en necios. Eso sí: necios con emociones religiosas.
   Si nadie lo hace, los cristianos deberíamos tomar la delantera y ser los primeros en convertirnos: es urgente enseñar a los hombres a pensar. Debemos recordarles que tienen alma, entendimiento, y capacidad de raciocinio. Es urgente dejar de divertir a la gente y enseñarles a aburrirse con lo que importa: conocer la verdad. Es preciso instruir a los hombres, y proporcionarles conocimientos sólidos de filosofía y teología que les ayuden a distinguir lo auténtico de lo falso en toda esta maraña de emociones. Porque si nuestros cristianos no saben conocer la verdad, jamás podrán conocer «de verdad» a Dios. Y, sin ese conocimiento, no hay vida eterna. Habrá powerpoints, whatsapp, fibra óptica, música, baile y educación de la afectividad… Pero no habrá vida eterna. Y, en cuanto a la temporal, tal como vienen las cosas, mal asunto.
José-Fernando Rey Ballesteros, pbro


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