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jueves, 18 de julio de 2013

Aportación al Año de la Fe


 108. ¿Por qué Jesús manifiesta el Reino mediante signos y milagros?
 Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, 547-550 y 567

Jesús acompaña su palabra con signos y milagros para atestiguar que el Reino está presente en Él, el Mesías. Si bien cura a algunas personas, Él no ha venido para abolir todos los males de esta tierra, sino ante todo para liberarnos de la esclavitud del pecado. La expulsión de los demonios anuncia que su Cruz se alzará victoriosa sobre «el príncipe de este mundo» (Jn 12, 31).
 Hace falta que conozcamos bien la vida de Jesús, que la tengamos toda entera en la cabeza y en el corazón, de modo que, en cualquier momento, sin necesidad de ningún libro, cerrando los ojos, podamos contemplarla como en una película (...).
Si obramos así, si no ponemos obstáculos, las palabras de Cristo entrarán hasta el fondo del alma y nos transformarán" (San Josemaría Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, n. 107).


 De los muchos acontecimientos de los tres años de vida pública de Jesús se pueden destacar:
el bautismo en el Jordán,
las tentaciones en el desierto,
 la predicación sobre el Reino de Dios,
 la transfiguración en el monte Tabor,
la subida a Jerusalén,
su entrada mesiánica en la Ciudad Santa
y los misterios finales de la Pasión y muerte para redimir a los hombres.

 Con el bautismo comienza la vida pública del Señor. Fue el momento de la manifestación de Jesús ante el pueblo de Israel como el Mesías prometido del Antiguo Testamento y como el Hijo de Dios igual al Padre. El bautismo de Cristo nos recuerda nuestro bautismo. Después de ser bautizado por Juan, Jesús se retiró al desierto para rezar, permitiendo ser tentado por el diablo.
Las respuestas al tentador ponen de manifiesto la identificación filial con el designio de salvación querido por Dios, su Padre. La Iglesia celebra cada año la cuarentena de Jesús en el desierto, venciendo con su penitencia las tentaciones del diablo para darnos ejemplo.

Jesús vino al mundo a predicar el Reino de Dios y fundar la Iglesia.
De esta predicación son especialmente significativos el Sermón de la Montaña y las parábolas, confirmando su misión con la santidad de vida y los milagros. Desde el comienzo de la vida pública, Jesús eligió doce apóstoles para estar con Él y asociarlos a su misión.

Jesús se transfiguró en presencia de sus discípulos predilectos: Pedro, Santiago y Juan, para fortalecer la fe de los Apóstoles ante la proximidad de la Pasión. Según la tradición sucedió en el monte Tabor.
Jesús sube a Jerusalén voluntariamente, dispuesto a morir. La entrada mesiánica en Jerusalén, que celebramos el Domingo de Ramos, manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías -recibido en su ciudad por los niños y por los humildes de corazón- va a llevar a cabo con su muerte y resurrección.

"Viendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Juan 13,1). Entonces desahogó su corazón en un largo discurso, que sirve de marco:
al lavatorio de los pies, dándoles ejemplo de humildad y de servicio;
al mandamiento nuevo del amor, que les confía;
a la institución de la Eucaristía y del sacerdocio ("Haced esto en memoria mía" (Juan 22,19);
a la promesa del Espíritu Santo;
a la oración sacerdotal, que abre la perspectiva de la gloria de la Cruz,

Cada cristiano debe conocer y reproducir en sí mismo la vida de Jesucristo.

Mucho le ayudará el leer y meditar la Sagrada Escritura, de dónde sacará continuas lecciones para el seguimiento de Jesús, que nos marca el camino de la santidad en la vida ordinaria de la familia y del trabajo.
Lee todos los días algún pasaje del Evangelio sobre la vida de Jesús, meditándolo.
Jesús es nuestro modelo en todo; imita la vida de Cristo en tus relaciones con los demás hombres.

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