Día 3
En este tercer día, que tu intención
sea pedir a Dios que haga crecer tu
fortaleza para vencer todo orgullo que te separe del amor.
Reflexión. Cómo será de fuerte el orgullo,
hijo de la soberbia, que el mismo Jesús se permitió ser tentado para
demostrarnos cómo hay que vencerlo.
El orgullo y el ego van muy de la
mano. Podemos caer en la tentación de pensar así: “¿quién se ha creído ese para
ofenderme?” Ahora yo te pregunto, ¿quién te crees tú para que no te ofendan? Hay que poner al orgullo en el lugar
al que pertenece, al fondo del abismo, madurar y tratar siempre de ver lo bueno
que hay en las personas. ¿Que
no veo nada bueno? ¡Ah! Pues es entonces cuando debes hacer un trabajo personal
profundo y
en conciencia reconocer que estás haciendo de la soberbia tu comadre porque de
verdad todos tenemos algo bueno. Como decía san Agustín: “Procura adquirir las
virtudes que crees que faltan en tus hermanos y ya no verás los defectos,
porque no los tendrás tú”.
En pocas palabras: LO QUE TE CHOCA,
TE CHECA… En este caso el orgullo no te levanta sino que te hunde aún más.
Se necesita mucha humildad para
reconocer todo aquello que Dios merece que yo mejore por amor a Él. Pídele que te dé la capacidad de ver a todos los demás a
través de sus ojos, sobre todo a aquellos que más te cuesta tolerar.
Ejercicio: Piensa en esa persona que más te
hace perder el control. ¿Qué
botón aprieta en ti que hace que no la toleres o pierdas el control? ¿Qué será
lo que tú debas mejorar o cambiar para que su acción o actitud te deje de
molestar?
Día 4
En este cuarto día que tu intención
sea pedir a Dios que haga crecer tu
capacidad de controlar cualquier temperamento colérico o iracundo que haya en
ti.
Reflexión. Esa bendita ira que nos empuja a
decir lo que por misericordia debiéramos callar y a callar lo que por caridad
debiéramos decir.
Cuántas veces decimos: “es que fulano
me hizo enojar”, “es que él tiene la culpa de que yo reaccione así”. ¿Te das
cuenta de que le estás dando total poder a otro sobre ti? ¡Quítaselo! Ese poder
es solo tuyo porque Dios te lo dio a ti. Ese poder se llama voluntad y libre
albedrío de elegir que
nadie te quita tu paz porque como a san Pablo, todo lo puedes en Cristo que te
conforta.
Insisto, tu capacidad de perdonar
habla mucho del tamaño de tu alma y de tu generosidad. Si no sabes cómo
perdonar, simplemente voltea con el “Perdón hecho hombre” (Dios) y dile: -No sé
cómo hacerle. Enséñame Tú y dame un corazón hecho a tu medida.
Muchas veces lo que Dios necesita
para obrar milagros en tu alma como lo es el perdón, es tu buena disposición a soltar ese “cáncer” como lo es el
rencor, la ira y el resentimiento. Dios quiere que tu vida se convierta en una fuente de humildad.
Ejercicio: pon muchísima atención en ti y en tus reacciones. ¿A qué le estás dando poder de
quitarte la paz; hacia qué y por qué reaccionas con ira? Cuando sientas que estás a punto de perder el control
invoca el nombre de Dios con esta jaculatoria: “Justo juez, justo juez, pon mi
alma a tus pies”.
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