¡Cuántas veces las tinieblas de la soledad, que oprimen a un
alma, pueden ser aliviadas por el rayo luminoso de una sonrisa o de una palabra
amable!. San Juan Pablo II.
Invitaría a
mis lectores a hacer una sencilla observación, que consiste en mirar las caras
de las personas con las que te cruzas por la calle; -entrecejos arrugados, mal humor, a veces
malas contestaciones sin motivo e incluso y lo que es peor, actitudes violentas
por menos de nada-, suele ser el resultado de la observación.
Se echa de menos
la afabilidad, la amabilidad, consecuencia por otra parte de la paz interior.
Me propongo
recordar brevemente en que consisten estas dos virtudes.
La afabilidad,
la amabilidad puede cambiar a una persona y transformar el ambiente de un lugar
de trabajo o de una familia.
Ser amable
significa ser accesible, acogedor, agradable, amigable, atento, cordial,
servicial. Una persona amable no pone barreras sino que tiende puentes.
Los hombres
hemos nacido para ayudarnos mutuamente y es cosa contraria a la naturaleza que
unos y otros nos ofendamos. (Marco Aurelio. 121-189 d de C)