R.
J. Stove (http://rjstove.net) es un escritor y
columnista australiano que trata temas culturales después de muchos años
escribiendo de política. También su
padre, el filósofo David Stove, ateo convencido, fue un importante tertuliano
político en Australia. Criado en una casa sin fe, nunca sus
padres pudieron imaginar que su hijo llegaría a ser un convencido católico y se
bautizaría en 2002.
Ateísmo civil y silencioso
Los padres de R. J. Stove fueron educados como protestantes presbiterianos. Su padre fue discípulo del gurú australiano del ateísmo militante John Anderson, en el departamento de filosofía de la Universidad de Sydney, que arrastraba masas juveniles en los años 50.
David Stove tenía como extraño hobby la lectura de los Padres de la Iglesia, una forma de probar los límites de su ateísmo y de afilar su irreligiosidad, piensa hoy su hijo.
Ateísmo civil y silencioso
Los padres de R. J. Stove fueron educados como protestantes presbiterianos. Su padre fue discípulo del gurú australiano del ateísmo militante John Anderson, en el departamento de filosofía de la Universidad de Sydney, que arrastraba masas juveniles en los años 50.
David Stove tenía como extraño hobby la lectura de los Padres de la Iglesia, una forma de probar los límites de su ateísmo y de afilar su irreligiosidad, piensa hoy su hijo.
Estalinismo con agua bendita
En aquellos años de infancia, los únicos católicos que conocía la familia Stove eran “votantes laboristas de apellidos irlandeses que procreaban abundantemente y no tenían interés por la vida del intelecto”. Así los veían ellos. Para sus padres, el catolicismo era “traición a la filosofía, el peor enemigo del pensamiento libre y una especie de estalinismo mezclado con agua bendita”.
Había una excepción: unas religiosas de Schoenstatt que vinieron a vivir al lado de su casa. Eran encantadoras, amables, inteligentes, cordiales… pero para la familia Stove eran todo esto “a pesar de” su fe. Al filósofo ateo le hacía ilusión llevarles ramas para adornar el convento en Navidad.
El joven R. J. Stove, apasionado por la música, fue organista de una iglesia anglicana en su adolescencia y le encantaban los himnos, pero a los 18 años se convenció de que sin fe no tenía sentido su asistencia a esa iglesia y lo dejó. “Con cobardía característica lo anuncié a través de un intermediario, no en persona”, admite.
En aquellos años de infancia, los únicos católicos que conocía la familia Stove eran “votantes laboristas de apellidos irlandeses que procreaban abundantemente y no tenían interés por la vida del intelecto”. Así los veían ellos. Para sus padres, el catolicismo era “traición a la filosofía, el peor enemigo del pensamiento libre y una especie de estalinismo mezclado con agua bendita”.
Había una excepción: unas religiosas de Schoenstatt que vinieron a vivir al lado de su casa. Eran encantadoras, amables, inteligentes, cordiales… pero para la familia Stove eran todo esto “a pesar de” su fe. Al filósofo ateo le hacía ilusión llevarles ramas para adornar el convento en Navidad.
El joven R. J. Stove, apasionado por la música, fue organista de una iglesia anglicana en su adolescencia y le encantaban los himnos, pero a los 18 años se convenció de que sin fe no tenía sentido su asistencia a esa iglesia y lo dejó. “Con cobardía característica lo anuncié a través de un intermediario, no en persona”, admite.