Sigo con el relativismo. Es muy fácil
en la sociedad que vivimos tachar a una persona de intolerante, basta que
alguien defienda una verdad, o una opinión no guste a otro, para que los
supuestos tolerantes se sientan con derecho a ser ellos los que reparten el
carnet de la tolerancia. Ha pasado hace poco en Córdoba (España), el Sr. Obispo
haciendo uso de su libertad ha aclarado una vez más lo que realmente es la
ideología de género, un ataque frontal a la familia. ¡Y cómo no!, salió el “tolerante
de turno” que por lo visto se debe creer en posesión de la verdad, para insultar
al obispo y señalarle que tenía que aprender a ser tolerante ¡Toma ya! Cómo
decía mi madre: “justicia sí, pero no por
mi casa”.
¿Por qué ocurren estas cosas?
Porque faltan estudios de filosofía en nuestras famosas leyes de educación y no
se sabe distinguir porque no se enseña, entre lo relativo y lo absoluto. Los famosos
derechos humanos son bienes absolutos, todo el mundo tiene derecho a tener un
trabajo, lo relativo es cómo será ese trabajo, lugar, etc. Me gustó el ejemplo
que leí en un libro de José Ramón Ayllón, decía que el hombre puede jugar de
dos formas en la cancha de la libertad, respetando el reglamento (pluralismo) o
rechazando las reglas del juego y arbitraje (relativismo).
Defender que las mayorías son las
que pueden establecer las reglas del juego sin tener en cuenta la ley natural
es despeñarnos; acabamos sin argumentos para condenar las matanzas de los
judíos, etc.
Estaremos todos de acuerdo en
decir que el cáncer, el sida etc. son malos en sí mismos; distinto es que a
alguien la enfermedad le haya podido servir para su bien. Leí en un libro que
un famoso terrorista que viajaba a Argelia, al ver su vuelo demorado por una
amenaza de bomba, fue consciente de que su “trabajo habitual”, poner bombas,
matar gente, era cometer crímenes; pero se tuvo que ver él como sujeto pasivo
de semejante tropelía para ser consciente de su error.
Existen principios que no son
discutibles ni cambiables porque me convengan o no a mí y mis fines. La Verdad
está fuera de nosotros y tiene que ser así si queremos vivir en un mundo un
poco seguro al menos.