El artículo que publico corresponde al escrito en la Razón el día 28-9-2014 con ocasión de la Beatificación de D. Álvaro del Portillo, sucesor de San Josemaría al frente del Opus Dei.
La
santidad del número dos (Yago
de la Cierva)
Es casi universal la
tendencia a atribuir el éxito de una institución a las dotes de liderazgo de su
jefe: a su empuje, a su capacidad de arrastre, a su visión anticipadora… y
tantas veces olvidamos que para que una organización funcione el número uno
necesita un número dos tan bueno como él.
La calidad del número dos
se manifiesta en mil aspectos: en saber cohesionar a todos en torno al número
uno; en conseguir llegar a donde él no llega (nadie es billete de 50 euros que
a todos gusta) en sentirse siempre puente y nunca barrera para los que
quieren llegar a él; y más difícil todavía: alentar al número uno cuando las
cosas no salen, y ayudarle a corregir sus defectos con claridad delicada pero
firme.
Eso y mucho más, fue Don
Álvaro. La Iglesia Católica celebra a un número dos excelente, que quiso ser
siempre y sólo, número dos, incluso cuando el número uno ya no estaba en la
Tierra. Hasta disfrutaba recordando la etimología árabe de su nombre: Álvaro,
“el hijo”. Un ejemplo y un acicate para los que nunca seremos jefes pero
podríamos ser mejores números dos (o tres, o cinco, o diecisiete), allí donde
estemos.