Opiniones personales. Opiniones ajenas. Mafalda. Otros
sábado, 28 de noviembre de 2015
viernes, 27 de noviembre de 2015
jueves, 26 de noviembre de 2015
Otra historia apasionante
Es
un caso único en el mundo. Es el
primer clérigo musulmán que abraza públicamente el cristianismo,
lo que le supone una condena de muerte. Mario Joseph lo sabe bien. Fue imán y tiene memorizado el
Corán desde los ocho años. Hasta en 17 ocasiones deja claro
el libro sagrado para los musulmanes lo que se debe hacer con
"los infieles": "¡Combatid contra quienes, habiendo recibido la
Escritura, no creen en Alá ni en el último Día, ni prohíben lo que Alá y Su
Enviado han prohibido, ni practican la religión verdadera, hasta que,
humillados, paguen el tributo directamente!".
Condenado a muerte
Y a pesar de todo, Mario Joseph (Sulomone, antes de su bautismo), criado en una familia de Kerala (India), muy devota del islam, decidió dar el paso y dejar atrás una prometedora carrera como clérigo musulmán, abrazar el cristianismo y, con ello, vivir toda su existencia con la amenaza de muerte.
Interrogantes no respondidos
Mario Joseph tenía entonces 18 años y se había recluído en el Centro Divine Retreat, el mayor complejo católico de retiros del mundo, con capacidad para dar tandas de ejercicios para cinco mil personas a la vez. Joseph quería encontrar respuestas tras estudiar intensamente el islam durante ocho años en una escuela coránica. Las contradicciones que encontró en el libro sagrado de los seguidores de Mahoma le interpelaban, y le impedían tener un mínimo de paz interior. Además, sus maestros de la Madrasa tampoco le daban razones convincentes. Y, sin embargo, la fascinación que tenía por la figura de Jesucristo -de la que tanto habla en Corán-, crecía cada día que pasaba. Su inquietud le empujó a visitar el Centro Divine Retreat. Y, allí encontró, tras unas semanas de estudio y oración, las respuestas que tanto mortificaban su alma desde hacía años.
Secuestro y sentencia de muerte
Tras vivir unos meses escondido en el centro de espiritualidad católico, su padre, dos hermanos y dos tíos encontraron su paradero y fueron a buscarle. Sin mediar palabra, y tras los bofetones y puñetazos de rigor, lo redujeron sin contemplaciones y lo llevaron secuestrado a la casa familiar. "En ese momento sentí que era como un cordero para el sacrificio", comenta Mario para describir ese momento. En el viaje de vuelta a casa, y sabiendo que estaba sentenciado a la muerte, Mario no paraba de rezar: "Oh, Jesús, si realmente eres mi Papá, entonces, por favor, líbrame de mi gente".
Llegaron a casa pero no se cumplió la amenaza. A Mario le dieron de comer y su padre se disculpó por la rudeza del rapto: "Sulomone, en ese momento de ira te abofeteé. Por favor, perdóname. ¿Qué te falta en casa? Lo que has querido te lo hemos dado. Entonces, ¿por qué has escogido deshonrarnos dándole la mano a los cristianos? Si sientes que no te hemos dado algo, dinos qué, querido hijo y te lo daremos".
¿Cristiano oculto en medio de musulmanes?
Mario, le pidió a su padre vivir en su casa como cristiano. "Por qué no, Sulomone -le dijo el padre- nunca me he opuesto a tus intereses. Hijo, si crees en Jesús, y te gustaría adorarle, por favor, hazlo. No puedo oponerme a ninguno de tus pensamientos y creencias, pero no abandones la religión del islám". "Solo te pido que cumplas con todos los rituales y costumbres islámicas y asume que estás adorando a Jesús en vez de Alá. Permanece entre los musulmanes como cualquier otro musulmán, pero cree en Jesús".
Mario estaba feliz. Las turbulencias y los miedos de las horas previas habían pasado. Podría vivir en su casa y con su familia siendo un "cristiano oculto" para sus vecinos. Pero seguía inquieto y algunos pasajes del Evangelio golpeaban su mente: "Os aseguro que a aquel que me reconozca abiertamente delante de los hombres, el Hijo del hombre lo reconocerá ante los ángeles de Dios. Pero el que no me reconozca delante de los hombres, no será reconocido ante los ángeles de Dios" (Lucas 12,8).
¿Proclamar en público a Jesús en tierra del islám?
Mario le dijo en silencio a Jesús: "Quiero proclamar tu Palabra en público, pero mi padre sólo me ha dado permiso para creer en ti. Si fuera a proclamarte públicamente mi padre me castigaría e incluso me mataría". Y Jesús, le respondió: "No sólo creáis en mí, También os he dado el carisma de sufrir por mí". Mario recibió en ese momento un don, un carisma especial que hasta ahora no tenía: sufrir por Cristo... y no pudo callar: "Padre, quiero a Jesús más que a ti, por lo tanto aceptaré a Jesús y le proclamaré públicamente". Y en ese momento, padre y hermanos propinaron una buena ración de puñetazos al neoconverso hasta dejarlo noqueado. Lo ataron de pies y manos, y tras arrojarle polvo de chile a la cara, lo encerraron sin comer ni beber durante varios días.
"Si deseas ser cristiano tengo que matarte"
Ya debilitado, y casi sin fuerzas para hablar o moverse, su padre le desató, afeitó su cabeza, y lo bañó. Entonces, el padre, acercándose a la cara de su hijo le dijo: "Sulomone, si todavía deseas ser un cristiano no tengo otra opción que matarte", y mostró un cuchillo largo que empuñaba su mano derecha. Mario gritó con toda la fuerza que le permitían sus debilitados pulmones: ¡¡¡Jesús!!! y en ese momento su padre cayó al suelo y en su caída se cortó accidentalmente con el cuchillo y comenzó a sangrar y a echar espuma por la boca. Con el barullo de los gritos y la sangre, los hermanos centraron su atención en el padre, y Mario pudo escapar al Centro Divine Retreat.
Condenado a muerte
Y a pesar de todo, Mario Joseph (Sulomone, antes de su bautismo), criado en una familia de Kerala (India), muy devota del islam, decidió dar el paso y dejar atrás una prometedora carrera como clérigo musulmán, abrazar el cristianismo y, con ello, vivir toda su existencia con la amenaza de muerte.
Interrogantes no respondidos
Mario Joseph tenía entonces 18 años y se había recluído en el Centro Divine Retreat, el mayor complejo católico de retiros del mundo, con capacidad para dar tandas de ejercicios para cinco mil personas a la vez. Joseph quería encontrar respuestas tras estudiar intensamente el islam durante ocho años en una escuela coránica. Las contradicciones que encontró en el libro sagrado de los seguidores de Mahoma le interpelaban, y le impedían tener un mínimo de paz interior. Además, sus maestros de la Madrasa tampoco le daban razones convincentes. Y, sin embargo, la fascinación que tenía por la figura de Jesucristo -de la que tanto habla en Corán-, crecía cada día que pasaba. Su inquietud le empujó a visitar el Centro Divine Retreat. Y, allí encontró, tras unas semanas de estudio y oración, las respuestas que tanto mortificaban su alma desde hacía años.
Secuestro y sentencia de muerte
Tras vivir unos meses escondido en el centro de espiritualidad católico, su padre, dos hermanos y dos tíos encontraron su paradero y fueron a buscarle. Sin mediar palabra, y tras los bofetones y puñetazos de rigor, lo redujeron sin contemplaciones y lo llevaron secuestrado a la casa familiar. "En ese momento sentí que era como un cordero para el sacrificio", comenta Mario para describir ese momento. En el viaje de vuelta a casa, y sabiendo que estaba sentenciado a la muerte, Mario no paraba de rezar: "Oh, Jesús, si realmente eres mi Papá, entonces, por favor, líbrame de mi gente".
Llegaron a casa pero no se cumplió la amenaza. A Mario le dieron de comer y su padre se disculpó por la rudeza del rapto: "Sulomone, en ese momento de ira te abofeteé. Por favor, perdóname. ¿Qué te falta en casa? Lo que has querido te lo hemos dado. Entonces, ¿por qué has escogido deshonrarnos dándole la mano a los cristianos? Si sientes que no te hemos dado algo, dinos qué, querido hijo y te lo daremos".
¿Cristiano oculto en medio de musulmanes?
Mario, le pidió a su padre vivir en su casa como cristiano. "Por qué no, Sulomone -le dijo el padre- nunca me he opuesto a tus intereses. Hijo, si crees en Jesús, y te gustaría adorarle, por favor, hazlo. No puedo oponerme a ninguno de tus pensamientos y creencias, pero no abandones la religión del islám". "Solo te pido que cumplas con todos los rituales y costumbres islámicas y asume que estás adorando a Jesús en vez de Alá. Permanece entre los musulmanes como cualquier otro musulmán, pero cree en Jesús".
Mario estaba feliz. Las turbulencias y los miedos de las horas previas habían pasado. Podría vivir en su casa y con su familia siendo un "cristiano oculto" para sus vecinos. Pero seguía inquieto y algunos pasajes del Evangelio golpeaban su mente: "Os aseguro que a aquel que me reconozca abiertamente delante de los hombres, el Hijo del hombre lo reconocerá ante los ángeles de Dios. Pero el que no me reconozca delante de los hombres, no será reconocido ante los ángeles de Dios" (Lucas 12,8).
¿Proclamar en público a Jesús en tierra del islám?
Mario le dijo en silencio a Jesús: "Quiero proclamar tu Palabra en público, pero mi padre sólo me ha dado permiso para creer en ti. Si fuera a proclamarte públicamente mi padre me castigaría e incluso me mataría". Y Jesús, le respondió: "No sólo creáis en mí, También os he dado el carisma de sufrir por mí". Mario recibió en ese momento un don, un carisma especial que hasta ahora no tenía: sufrir por Cristo... y no pudo callar: "Padre, quiero a Jesús más que a ti, por lo tanto aceptaré a Jesús y le proclamaré públicamente". Y en ese momento, padre y hermanos propinaron una buena ración de puñetazos al neoconverso hasta dejarlo noqueado. Lo ataron de pies y manos, y tras arrojarle polvo de chile a la cara, lo encerraron sin comer ni beber durante varios días.
"Si deseas ser cristiano tengo que matarte"
Ya debilitado, y casi sin fuerzas para hablar o moverse, su padre le desató, afeitó su cabeza, y lo bañó. Entonces, el padre, acercándose a la cara de su hijo le dijo: "Sulomone, si todavía deseas ser un cristiano no tengo otra opción que matarte", y mostró un cuchillo largo que empuñaba su mano derecha. Mario gritó con toda la fuerza que le permitían sus debilitados pulmones: ¡¡¡Jesús!!! y en ese momento su padre cayó al suelo y en su caída se cortó accidentalmente con el cuchillo y comenzó a sangrar y a echar espuma por la boca. Con el barullo de los gritos y la sangre, los hermanos centraron su atención en el padre, y Mario pudo escapar al Centro Divine Retreat.
Un funeral por Sulomone
Pocas semanas después, la familia de Mario, condenada por la comunidad musulmana al ostracismo y a la vergüenza pública por tener entre sus miembros a un "infiel", tuvo que ingeniárselas para restablecer su buen nombre. Siguiendo los consejos de los sabios de la comunidad, decidieron dar por muerto a "Sulomone, el imán", y celebrar así un funeral público. El 16 de marzo de 1996, a la edad de 18 años, Sulomone era "enterrado" en las colinas de Wayanad (Kerala) tras el oficio de una ceremonia religiosa. En el ataud descansa una figura de barro hecha a tamaño real de su cuerpo. Tras el "entierro", la familia de Mario dejó de llorar la pérdida de su hijo ,y se restablecieron las posibles alianzas con otros miembros de la comunidad musulmana.
Un millón de ejemplares vendidos
Mario no puede volver a su casa ni a los alrededores de su pueblo. Permanentemente recibe amenazas de muerte que se han ido intensificando tras escribir Encontré a Cristo en el Corán (LibrosLibres), ("In search of you" su título original), del que lleva vendidos más de un millón de ejemplares: 500.000 en su edición inglesa para la India.
Pocas semanas después, la familia de Mario, condenada por la comunidad musulmana al ostracismo y a la vergüenza pública por tener entre sus miembros a un "infiel", tuvo que ingeniárselas para restablecer su buen nombre. Siguiendo los consejos de los sabios de la comunidad, decidieron dar por muerto a "Sulomone, el imán", y celebrar así un funeral público. El 16 de marzo de 1996, a la edad de 18 años, Sulomone era "enterrado" en las colinas de Wayanad (Kerala) tras el oficio de una ceremonia religiosa. En el ataud descansa una figura de barro hecha a tamaño real de su cuerpo. Tras el "entierro", la familia de Mario dejó de llorar la pérdida de su hijo ,y se restablecieron las posibles alianzas con otros miembros de la comunidad musulmana.
Un millón de ejemplares vendidos
Mario no puede volver a su casa ni a los alrededores de su pueblo. Permanentemente recibe amenazas de muerte que se han ido intensificando tras escribir Encontré a Cristo en el Corán (LibrosLibres), ("In search of you" su título original), del que lleva vendidos más de un millón de ejemplares: 500.000 en su edición inglesa para la India.
¿Dinero por la conversión?
Su libro Encontré a Cristo en el Corán (LibrosLibres) ha causado tal impacto en la comunidad musulmana en la India que ha llevado a miles de seguidores de Mahoma a abrazar el cristianismo, aunque la mayoría lo hagan de forma clandestina.
La osadía de Mario de pasar de imán a predicador católico no le ha salido gratis. Uno de los diarios de mayor difusión de la India llegó a publicar que Mario Joseph había recibido la suma de dos millones y medio de rupias del Centro Divine Retreat para "dar testimonio de Jesús". Para a continuación afirmar: "Debería ser asesinado por vender la religión musulmana por dinero".
En estado de alerta
No es de extrañar que Mario Joseph, que sabe que han puesto precio a su cabeza, no se sienta seguro cuando abandona su hogar, el Centro Divine Retreat, en el que lleva 17 años viviendo con su mujer y sus dos hijas, y en donde se dedica a predicar y a dar clases de filosofía.
Su libro Encontré a Cristo en el Corán (LibrosLibres) ha causado tal impacto en la comunidad musulmana en la India que ha llevado a miles de seguidores de Mahoma a abrazar el cristianismo, aunque la mayoría lo hagan de forma clandestina.
La osadía de Mario de pasar de imán a predicador católico no le ha salido gratis. Uno de los diarios de mayor difusión de la India llegó a publicar que Mario Joseph había recibido la suma de dos millones y medio de rupias del Centro Divine Retreat para "dar testimonio de Jesús". Para a continuación afirmar: "Debería ser asesinado por vender la religión musulmana por dinero".
En estado de alerta
No es de extrañar que Mario Joseph, que sabe que han puesto precio a su cabeza, no se sienta seguro cuando abandona su hogar, el Centro Divine Retreat, en el que lleva 17 años viviendo con su mujer y sus dos hijas, y en donde se dedica a predicar y a dar clases de filosofía.
miércoles, 25 de noviembre de 2015
martes, 24 de noviembre de 2015
lunes, 23 de noviembre de 2015
domingo, 22 de noviembre de 2015
Artículo sensacional
Si
meditáramos con frecuencia en la omnipotencia divina reflejada en la
creación del mundo y en todas las intervenciones de Dios a lo largo
de la Historia Santa, quedaríamos admirados de las maravillas
obradas por Dios con el antiguo Israel y con nosotros, el nuevo
Israel, testigo de su encarnación, de su predicación y milagros, de
su pasión, muerte, resurrección y envío del Espíritu Santo, que
ha sido derramado en nuestros corazones.
Dentro
de todas las maravillas obradas por Dios en la vida de la Iglesia y
en nuestra propia vida, no es menor la misericordia que Él derrocha
con nosotros cuando pecamos y perdona nuestras faltas si arrepentidos
las confesamos humildemente en el hermosísimo sacramento de la
penitencia, con la conciencia de que Dios nos perdona plenamente y
hasta el fondo. Cuando entre nosotros nos perdonamos, queda siempre
un poso de resentimiento. Dios nuestro Señor, sin embargo, nos
perdona del todo, sin llevar cuentas del mal, si humildemente
confesamos nuestros pecados a la Iglesia, después de un sincero
examen de conciencia, con dolor de corazón y propósito de la
enmienda.
Para
nadie es un secreto que desde hace años el sacramento de la
penitencia está atravesando una profunda crisis. En ella, a los
sacerdotes nos cabe una gran responsabilidad, pues muchos de nosotros
hemos abdicado de una obligación principalísima, estar disponibles
para oír confesiones, dando a conocer a los fieles horarios
generosos en los que estamos disponibles para servirles el perdón de
Dios. En ocasiones hemos recurrido abusivamente a las celebraciones
comunitarias de la penitencia, con absolución general y sin
manifestación expresa e individual de los pecados, que son inválidas
y un desprecio palmario de las normas de la Iglesia, recordadas
reiteradamente por los Papas en los últimos años.
Otra
de las causas de la crisis de este bellísimo sacramente es la
pérdida del sentido del pecado, denunciada ya en el año 1943 por el
papa Pío XII en la Encíclica Mystici Corporis. Hoy no es
difícil encontrar personas que dicen que no se confiesan porque no
tienen pecados. Tal vez por ello son infinitamente más los que
comulgan que los que confiesan. Sin embargo, no hay verdad más clara
en la Palabra de Dios que ésta: Todos somos pecadores. En el Cuerpo
Místico de Cristo que es la Iglesia, sólo la Santísima Virgen está
liberada de entonar cada día el «Yo confieso». Todos los
demás somos pecadores. La Iglesia es una triste comunidad de
pecadores, pues como nos dice el apóstol Santiago, «en muchas
cosas erramos todos» (Sant 3,2). San Juan por su parte nos dice
que «si decimos que no hemos pecado nos engañamos a nosotros
mismos y no somos sinceros» (1 Jn 1,8).
Una
tercera causa de la depreciación del sacramento del perdón en
nuestros días es la exaltación del individuo que impide reconocer
la necesidad de la mediación institucional de la Iglesia en el
perdón de los pecados. Por ello, muchos cristianos dicen que no
necesitan del sacramento y del sacerdote, porque se confiesan
directamente con Dios. Esta postura, de claro matiz protestante,
ignora la voluntad expresa de Jesús resucitado, que en la misma
tarde de Pascua instituye este sacramento como remedio precioso para
la remisión de los pecados (cf. Jn 20, 23) y para el crecimiento en
el amor a Dios y a los hermanos.
No
quiero terminar sin recordar a sacerdotes y fieles algunas pautas
prácticas para recibir este sacramento, de acuerdo con el Magisterio
de la Iglesia expresado en el Catecismo de la Iglesia Católica.
La primera es que sigue vigente el segundo mandamiento de la Iglesia:
Confesar al menos una vez al año, y en peligro de muerte o si se ha
de comulgar. Es evidente que si el sacramento de la penitencia es
manantial de fidelidad, de crecimiento espiritual y de santidad, es
sumamente recomendable la práctica de la confesión frecuente.
Hay
que recordar también que no se puede comulgar si no se está en
estado de gracia o se han cometido pecados graves. Conviene además
que lo sacerdotes encarezcan tanto la dimensión personal del pecado,
algo que nos envilece y degrada, que es una ofensa a Dios y un
desprecio de su amor de Padre, y la dimensión eclesial del pecado,
que merma el caudal de caridad que existe en el Cuerpo Místico de
Jesucristo.
Quiero
recordar también que los fieles pueden y deben solicitar a sus
sacerdotes que dediquen tiempo al confesonario y que fijen en cada
parroquia los horarios de atención sacramental para que los fieles
puedan recibir el sacramento de la reconciliación, al que tienen
derecho por estricta justicia.
En las
vísperas de la inauguración del Jubileo de la Misericordia, termino
asegurando que después del bautismo y la Eucaristía, el sacramento
de la penitencia es el más hermoso de todos los sacramentos, puesto
que es fuente progreso y crecimiento espiritual, sacramento de la
misericordia, la paz, la alegría y el reencuentro con Dios.
Para
todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan
José Asenjo Pelegrina, arzobispo de Sevilla
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