Todo ser humano ha tenido experiencias que tú no has tenido, y
en esos aspectos te aventaja.
Einstein reputado como uno de los grandes cerebros de la
humanidad, dijo: “Nunca he conocido a una persona tan ignorante que no tuviera
algo que enseñarme”
Elogia sinceramente a los demás.
¿Cómo vas a desdeñar a una persona a la que le estás diciendo lo
que admiras de ella?. Cuanto más menciones las buenas cualidades de quienes te
rodean, más virtudes descubrirás en ellos, y será más difícil que caigas en la
trampa del egocentrismo.
No te demores en admitir tus errores.
Dicen que la frase más difícil de pronunciar es: “me equivoqué”.
Quienes rehúsan hacerlo por orgullo suelen caer en los mismos errores y además
acaban marginándose de los demás.
Sé el primero en disculparse después de una discusión.
Si la frase más difícil de pronunciar es “me equivoqué”, la
siguiente más difícil es: “perdóname”. Ese simple vocablo mata el orgullo y
pone fin al altercado; dos pájaros muertos de un solo tiro.
Admite tus limitaciones y necesidades.
Es parte de la naturaleza humana querer dar la impresión de ser
fuerte y autosuficiente; eso normalmente no hace más que dificultar las cosas. Si
manifiestas humildad pidiendo ayuda a los demás y aceptándola, sales ganando.
Sirve a los demás.
Ofrécete a ayudar a los ancianos, los enfermos y los niños o a
prestar algún otro servicio comunitario. Saldrás beneficiado, pues aparte de
adquirir humildad, te ganarás la gratitud y el cariño de muchas personas.
Aprende algo nuevo: una nueva técnica, idioma, deporte u hobby.
Empezar algo de cero resulta casi siempre embarazoso, pero las
recompensas son múltiples; de una experiencia así sales más humilde, y además
tu ejemplo anima a los demás y, contrariamente a lo que te dice tu orgullo, te
granjea admiración y respeto.
Reconócele a Dios el
mérito de toda cualidad que tengas y de todo lo bueno que te ayude a hacer.
“No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el
valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Más alábese en esto el que hay
de alabarse: en entenderme y conocerme, que Yo soy el Señor” (Jeremías, 9,
23-24)