Opiniones personales. Opiniones ajenas. Mafalda. Otros
sábado, 5 de julio de 2014
viernes, 4 de julio de 2014
Otra historia interesante
En
el alma de Tulio Pizarro los juegos de infancia con sus hermanos en medio de
los amazónicos paisajes aledaños a San Martín (Perú) evocan raíces que ama. Son
pinceladas de un espíritu de familia que se fragmentó al separarse Hilda y
Eduardo, sus padres. Mientras que ella se volcó en la administración de una
panadería, Eduardo, miembro de la policía peruana, no perdía ocasión para
motivar a sus hijos mayores a incorporarse en la Guardia Civil. Tulio siguió
este camino, siendo destinado en los setenta, a servir como socorrista
marítimo. Recuerda haber salvado vidas desde un mar que luego sería figura
simbólica de otro que amenazaría su vida.
Una doble vida, un salto al crimen
Tras quince años entregado por completo a su labor como socorrista policial, Tulio se casó y consolidó una familia con tres hijos. Tenía conciencia de que era vital que guiara la formación católica en sus hijos y viviera sus valores en el matrimonio. Pero “la carne tiraba” y “el precio de un pan para mis hijos, muchas veces me lo gastaba divirtiéndome con mujeres u otras personas”. Llevando esa doble vida, explica, quiso luego ganar dinero fácil y ni siquiera reflexionó las consecuencias cuando se unió al “negocio familiar”, organizado por su primo. “No fue difícil que él me convenciera… un día se presentó en mi casa y me propuso entrar en el negocio de la venta de droga. Acepté de inmediato”.
Como buen emprendedor se avocó a expandir el negocio y sumó algunos de sus hermanos como cómplices, que trasladasen cargamentos de droga a diferentes zonas de Perú. “Me aprovechaba del uniforme”, confiesa Tulio. Después de un tiempo, las pistas que dejaban les delataron y fue capturado con sus cinco hermanos en una redada policial.
“Nunca te imaginas la magnitud de los problemas que esta decisión puede causar en tu vida y en la de tu familia. Hace ya casi doce años que dejé abandonados a mi esposa, a mis hijos y a mi madre. Recién ahora me doy cuenta de las crueles circunstancias familiares y sociales que les he hecho vivir”.
Una doble vida, un salto al crimen
Tras quince años entregado por completo a su labor como socorrista policial, Tulio se casó y consolidó una familia con tres hijos. Tenía conciencia de que era vital que guiara la formación católica en sus hijos y viviera sus valores en el matrimonio. Pero “la carne tiraba” y “el precio de un pan para mis hijos, muchas veces me lo gastaba divirtiéndome con mujeres u otras personas”. Llevando esa doble vida, explica, quiso luego ganar dinero fácil y ni siquiera reflexionó las consecuencias cuando se unió al “negocio familiar”, organizado por su primo. “No fue difícil que él me convenciera… un día se presentó en mi casa y me propuso entrar en el negocio de la venta de droga. Acepté de inmediato”.
Como buen emprendedor se avocó a expandir el negocio y sumó algunos de sus hermanos como cómplices, que trasladasen cargamentos de droga a diferentes zonas de Perú. “Me aprovechaba del uniforme”, confiesa Tulio. Después de un tiempo, las pistas que dejaban les delataron y fue capturado con sus cinco hermanos en una redada policial.
“Nunca te imaginas la magnitud de los problemas que esta decisión puede causar en tu vida y en la de tu familia. Hace ya casi doce años que dejé abandonados a mi esposa, a mis hijos y a mi madre. Recién ahora me doy cuenta de las crueles circunstancias familiares y sociales que les he hecho vivir”.
jueves, 3 de julio de 2014
Dedicado a todos los padres y madres
Especialmente dedicado a María
El día de S. Patricio de 2002 nació nuestro hijo Leo. Tiene síndrome
de Down y al cabo del tiempo le diagnosticaron autismo. ¡Que alegría nos ha
dado durante estos once años!, ¡que alegría y que bendición!... las personas con
Síndrome de Down son por definición, amor; Viven del amor y viven para amar.
Son
naturaleza humana elemental y básica, en toda su belleza y simplicidad. Sabemos
que si alguien tiene un hijo con síndrome de Down puede estar seguro de que la
alegría, la risa y el amor les han sido concedidos por Dios como una gracia
especial. En las personas con síndrome de Down no hay ambición, ni afán de
poder, ni vanidad, ni falsedad, ni hipocresía.
Como padre de Leo, sé por experiencia –una bella experiencia-
que nuestro hijo es un don especial de Dios. Ha traído alegría, risa y amor a
nuestra familia; y también retos que en sí mismos son un don.
Alguien ha dicho que a la mayoría de nosotros se nos da la vida para aprender,
pero que a unos pocos selectos se les da la vida para enseñar. ¡Que gran
verdad!. Leo nos ha enseñado tanto… Nos ha enseñado a amar más sinceramente.
Nos ha enseñado a darnos más plenamente. Nos ha ayudado a entregar nuestra vida
a aquellos que amamos. ¿Podría habernos dado un regalo mayor?.
Es perverso que se busque a los niños con síndrome de Down en el
seno materno y se les extermine sistemáticamente. Es perverso que una madre
tenga el “derecho” de decidir matar a su hijo no nacido. Es perverso que se
aliente a las madres a que maten a sus bebés “imperfectos” y se denomina así a
los débiles, los enfermos y los discapacitados.
(Del libro: “Mi carrera con el diablo”. Joseph Pearce. Edit.
Palabra
miércoles, 2 de julio de 2014
Reflexión
Poco después de abandonar la cárcel, empecé a salir con una
chica, y aquella relación acabó en un embarazo no previsto. Consideramos
seriamente la posibilidad de abortar, y tengo que decir, para mi vergüenza, que
fui yo, más que la madre de la niña, quien consideraba esa como la mejor
elección.
Afortunadamente, acabamos
teniendo el bebé, mi hija Lorna, y unos dieciocho meses después nació mi
segundo hijo, Joe. Mi relación con su madre fue turbulenta y tortuosa, y me
hizo consciente – al tiempo que fue un peso insoportable en mi conciencia- de
la devastadora naturaleza de una pasión irresponsable e insensata.
Como en toda relación
centrada en uno mismo, los compañeros de fechorías convierten sus vidas en un
infierno y, lo que es mucho peor, convierten en un infierno en la tierra la
vida de sus hijos. Recuerdo mis esfuerzos para poder ver a mis hijos cuando su
madre desapareció con ellos. Joe era un bebé y Lorna debía tener unos dos años.
Cuando pude verlos de nuevo, constaté el tremendo sufrimiento que la lucha por
la custodia había ocasionado a mi hija.
Cuando la llevaba en coche a casa, estaba visiblemente afligida,
con el dedo gordo metido en la boca, mirando por la ventanilla, desconcertada,
confusa… Siempre son los niños los que acaban sufriendo las consecuencias del
desenfreno sexual, bien porque se acaba poniendo fin a sus vidas en el vientre
de su madre, bien porque el egoísmo de sus padres hace su vida insoportable.
Los niños son las víctimas silenciosas de la inmoralidad sexual.
(Del libro “Mi carrera con el diablo”. Joseph Pearce. Editorial
Palabra, S.A.
Año de publicación 2014.
martes, 1 de julio de 2014
lunes, 30 de junio de 2014
domingo, 29 de junio de 2014
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