Ayer quise poner en el blog una sola frase con la intención de hacer pensar
sobre su mensaje; también entre los contenidos más estables del blog figura un
gadget que dice: "temo el silencio de los buenos". Las dos frases
expresan prácticamente lo mismo y sobre ese silencio quiero alertar con estas líneas.
Es frecuente oír comentarios parecidos a este: "total para que voy a
hablar sí no voy a arreglar nada...". Diría que hay una cierta mentalidad
utilitarista que se va abriendo camino a pasos agigantados; ha calado también
mucho ese afán de tener todo “ya”, enseguida y con demasiada frecuencia
queremos también arreglar todo rápidamente, no podemos esperar. Sin embargo me
parece interesante aprender a esperar, lo decía una persona a la que admiro mucho, en concreto decía: “he aprendido
a esperar y no es poca ciencia…”. Pero en esta sociedad donde nos movemos la
velocidad se ha impuesto y nos está pasando factura.
Pero vuelvo al tema del artículo, opino que hay que hablar aunque pocos
escuchen, hay que decir las cosas que inteligentemente pensamos que hay que
decir, independientemente del arreglo que puedan tener, entre otras cosas
porque si los posibles arreglos están vinculados a personas hay que tener en
cuenta que los cambios llevan tiempo. La velocidad, la precipitación suelen
estar muy relacionadas con el
aturdimiento; recuerdo una anécdota que leí: un chico montado en su bicicleta y
a toda velocidad, casi atropella a un anciano que solamente acertó a
preguntarle: “pero chico dónde vas con tanta prisa? Y el muchacho le contestó: “no
lo sé, pero tengo mucha prisa”. El hombre que tiene inteligencia y voluntad
porque Dios se la ha dado tiene que saber a dónde va y cuando tiene que hablar
o callar, pero callar por comodidad, para no complicarse la vida, etc. no deja
de ser cobardía, dejar que triunfe el mal como acertadamente dice Verástegui. Seguiré
otro día con este tema.