El
desarrollo de los sentidos
Muchas veces
pienso que, a base de correr tanto, nos hemos transformado en una especie de
televisores cada vez más incapaces de captar la señal con nitidez.
El entorno
está lleno de interferencias, de ruidos, que nos impiden sintonizar bien y
perdemos el sentido de la vida. Ocurre como con la plata, que a base de no
limpiarla se ennegrece.
Hay que cultivar los sentidos: la vista, el oído, el
olfato, el gusto, el tacto. Y eso se logra distinguiendo lo bonito de lo feo,
lo bueno de lo malo, lo salado de lo dulce, lo suave de lo áspero.
Si no
discernimos ni distinguimos, nos perdemos toda la belleza que existe a nuestro
alrededor para nuestro disfrute, e ignoramos la verdad. Y no me refiero solo a
comidas, bebidas, pinturas y esculturas. Se adquiere un gusto por lo bueno que
nos va cultivando.
Hoy confundimos lo bueno con lo caro, porque todo lo vemos
desde un prisma económico, somos incapaces de captar la sutileza. A pesar de
vivir en una de las épocas más boyantes de la historia, somos de una pobreza
monumental, porque somos incapaces de apreciar lo fino, lo sutil, lo tenue, lo
cotidiano, las pequeñas cosas sin aparente importancia que juntas forman una
sinfonía de una calidad impresionante. Sólo oímos ruidos.
(Del libro: “El tiempo en un hilo”. Maruja
Moragas.)