Adquisición
Las virtudes naturales o humanas se
logran con la repetición de actos. No se trata de un simple ejercicio
mecánico sino que es necesario poner en juego la voluntad.
Se debe evitar caer en la rutina en
la adquisición de una virtud. Esto suele ocurrir cuando transformamos a la
virtud en un fin y no en medio. Por ejemplo: no se trata de lograr que los
hijos sean ordenados por el orden mismo, sino como medio para lograr una
convivencia feliz y armónica.
El desarrollo de una virtud depende
de dos factores:
a. De la intensidad con que
se la vive.
b. De la rectitud de los
motivos que tenemos para vivirla.
Por ejemplo: se puede vivir la
generosidad con los amigos únicamente, o se la puede vivir con las personas que
más necesitan de atención, o también porque nos obligan a dar algo a alguien.
Hay diversos matices en estas tres motivaciones.
Para formar a los hijos en el
desarrollo de virtudes humanas, los padres deben aprovechar los acontecimientos
cotidianos de la vida en familia, más que planificar actividades. Conviene
tener en cuenta que el ejemplo que educa no es necesariamente el ejemplo
“perfecto”, sino el ejemplo de la persona que está luchando por
superarse personalmente por ser más y mejor.
No somos ejemplo por ser perfectos y
no equivocarnos nunca, sino que lo somos cuando nos equivocamos y nuestros
hijos nos ven luchar por superarnos y nos escuchan pedir perdón, si es
necesario. Hay que desterrar la imagen de “papá no se equivoca” o “mamá siempre
tiene la razón”. Los hijos también tienen sus motivos y hay que saber
escucharlos.
Esta lucha con uno mismo supone
autoexigencia respecto a la voluntad y a la inteligencia. En estos dos campos
se trata de educar a los hijos. Si los padres aclaran intelectualmente lo que
significa cada una de las virtudes que quiere desarrollar en sus hijos, será
mucho más fácil aumentar en ellos el grado de intencionalidad; es decir, los
haremos más conscientes de lo que tienen que lograr a mediano y largo plazo.
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