La virtud es
una cualidad permanente o estable del alma para realizar un acto bueno. Es un hábito,
es decir, un principio firme.
El ejercicio de
cualquier virtud implica necesariamente tres factores: libertad, racionalidad y
voluntad por parte del sujeto que desea poserla.
No cualquier
disposición del hombre puede ser considerada como un hábito, sino sólo aquellas
que han alcanzado en el sujeto una firme estabilidad. De ahí que una obra
virtuosa, fruto de hábitos operativos buenos, tengan las siguientes notas
distintivas:
a. Naturalidad
y estabilidad en las acciones
b. Prontitud
y perfección al realizar una obra
c. Agrado
al realizar dicha acción
Por ejemplo, a la
persona que desarrolla la virtud del orden, le resultará más sencillo y
agradable poner cada cosa en su lugar; y por otra parte, sentirá la
satisfacción de hacer lo que le corresponde.
Como ya se ha dicho,
son cualidades permanentes de las potencias humanas, adquiridas por la libre y
constante repetición de actos que tiendan al bien moral.
Se llaman naturales
porque es propio de la naturaleza humana perfeccionar sus capacidades de un
modo que pueda realizar actos con prontitud, facilidad y una satisfacción cada
vez mayores.
Con estas virtudes el
hombre regula y modera, por una parte su vida afectiva y sus pasiones, y por
otra, orienta eficazmente sus acciones exteriores en la vida de relación.
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