Las virtudes morales se agrupan en
las llamadas Virtudes Cardinales: justicia, prudencia, fortaleza y
templanza. Estas virtudes comprenden las cuatro direcciones fundamentales del
buen obrar del hombre y perfeccionan sus potencias.
Prudencia:
determina la elección de los medios que se deben emplear para alcanza un fin.
Perfecciona el entendimiento.
Justicia:
inclina la voluntad del hombre a dar a cada uno lo que le es debido, regula las
relaciones con los demás.
Fortaleza:
Afianza el apetito irascible contra el temor irracional y preserva de la
temeridad.
Templanza:
modera el apetito concupiscible y los placeres sensibles, ayuda al hombre a
dominar y regular sus propias pasiones.
Necesidad de las virtudes
Deriva de la misma naturaleza humana
que es esencialmente perfeccionable, todos podemos a lo largo de nuestra vida
mejorar o empeorar.
Sin las virtudes, la vida moral del
hombre sería un continuo partir de cero, sin la posibilidad de progreso, ni
perfección estable. La acción buena aislada no mantiene por sí sola la
orientación hacia el bien de toda la vida.
Es precisamente la virtud la que
opera una confirmación moral profunda y permanente de la conducta humana,
porque afecta a las raíces mismas del alma, que es fuente y energía de las
acciones.
Con la sucesión de sus actos, el
hombre va adquiriendo como una segunda naturaleza, a la manera de un tejido de
virtudes o vicios, formado por sus buenas o malas acciones.
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