Juan Moya. analisisdigital.org
Defender la vida es
un valor humano y social del que nadie debería dudar, independientemente de sus
opiniones políticas, porque la vida humana debe ser un valor incuestionable
para todos, si verdaderamente queremos que prevalezca el derecho y la justicia,
bien entendidos
En
el mundo hay muchas cosas buenas, empezando por el mundo mismo en cuanto que
existe. Y muchas personas desconocidas en su mayor parte para la opinión
pública, que viven con rectitud, responsabilidad, haciendo el bien, dando a sus
vidas un sentido de servicio; y, si son cristianos, por amor a Dios y al
prójimo. Muchos más ofrecen sus dolores, enfermedades, contradicciones, para
purificarse y alcanzar de Dios gracias y misericordia abundante para el perdón
de los males que los hombres cometemos a diario.
En
el mundo hay muchas cosas buenas, pero la “cizaña” también es abundante:
guerras, terrorismo, odios, violencias de todo tipo, injusticias, corrupción,
mentiras graves, desigualdades sociales inadmisibles… Pero sin quitar
importancia a ninguna de esas lacras, la mayor tragedia de nuestros días −la
más extensa, la que afecta a muchos más seres humanos, que además son los más
inocentes− es el aborto. Millones de niños que no han llegado a nacer porque se
han destrozado sus vidas en el seno materno, en unas cifras que superan las
de todas las guerras juntas.
Para
ganar terreno decididamente en esta gran tragedia, es imprescindible estar bien
convencidos de que la vida humana, desde su concepción, debe ser un valor
indiscutible e inviolable. Es un grave deber de todos proteger la vida humana
desde su concepción hasta la muerte natural, particularmente de los poderes
públicos −debe ser el primer deber de todo legislador−, de los profesionales de
la sanidad, y de la opinión pública.
El
aborto va contra el derecho a nacer y a vivir, y no parece que pueda
considerarse un “bien”: es claramente un mal. No es un “avance”
−¿cómo va a serlo?− sino una tragedia humana y social que entre todos hemos de
procurar evitar.
Entre
esas posibles medidas se pueden citar el respeto a la mujer −también ella debe
hacerse respetar−; ayudar a vivir una sexualidad responsable desde la
adolescencia, evitar sin complejos modas y costumbres que promuevan una
sexualidad ajena al amor conyugal y a la procreación, y se evitarán muchos
problemas. A la vez, establecer las medidas necesarias para que todo niño
concebido pueda llegar a nacer, y ser convenientemente atendido por
instituciones públicas o privadas cuando los padres, por algún motivo, no
deseen ocuparse de esa responsabilidad.
Es
también necesario crear un clima de respeto a la vida en la opinión pública.
Defender la vida es un valor humano y social del que nadie debería dudar,
independientemente de sus opiniones políticas, porque la vida humana debe ser
un valor incuestionable para todos, si verdaderamente queremos que prevalezca
el derecho y la justicia, bien entendidos.
La
verdadera defensa de la mujer embarazada es ayudarla a asumir el embarazo, en
todos los casos y llevarlo a término. Y que después decida libremente si
entrega su hijo para que sea adoptado o desea mantenerlo y educarlo. El valor
de la vida humana no depende de que el feto esté sano o enfermo (¿cómo habría
que calificar la negación de este principio?). Ni de que haya sido engendrado
voluntariamente o sea fruto de una agresión sexual. Ni esa vida vale menos que
la de la madre, por lo que ¿qué razón habría para supeditarla a la de ella?
Por
otra parte, los casos de peligro para la salud física materna hoy día son más
teóricos que reales, por los medios de que dispone la Medicina. Los supuestos
peligros para la salud psíquica no son comparables al trauma post-aborto, que
puede durar toda la vida (psicológicamente y moralmente). Los médicos y los
sacerdotes saben algo de esto.
Por
otra parte, es una verdad biológica demostrada que desde el instante mismo de
la unión del espermatozoide y el óvulo hay un nuevo ser humano, con toda su
carga genética (46 cromosomas, en los que están los dos que determinan el
sexo), distinta ya a la de sus progenitores, y ya no necesita nada más que ser
alimentado y respetar su crecimiento natural para llegar a nacer. Si en aquel
primer instante no es ser humano, no podrá llegar a serlo nunca. Por eso no
tiene base científica hacer creer que la vida humana comienza a partir de la
implantación en el útero, o de una determinada fase posterior del embarazo.
Es
necesario reconocer que no somos dueños de la vida, sino administradores y que
hemos de respetarla y protegerla en todos los momentos de su existencia. En
caso contrario, la sociedad estará enferma, no tendrá los recursos morales
suficientes y fácilmente los problemas y desórdenes se multiplicarán en los más
diversos ámbitos. Si nos faltara “coraje” para defender el primer
derecho humano ¿con qué decisión defenderemos otros? Y si se rechaza la pena de
muerte ¿por qué se aprueba el aborto?
Como
es natural, la protección de la vida requiere que el legislador provea las
medidas necesarias para no permitir que se viole la ley; con más motivo si
hubiera reiteración. Tienen una especial responsabilidad los médicos,
enfermeras y las clínicas que se dediquen a esas intervenciones.
Juan Moya. Doctor en
Medicina
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