El misterio de la
libertad
Cuando está por medio la
libertad personal, no siempre las personas hacen lo que más les conviene, o lo
que parecería previsible en virtud de los medios que hemos puesto. A veces las
cosas se hacen bien pero salen mal –al menos, aparentemente–, y sirve de poco
culpabilizarse –o echar la culpa a otros– de esos resultados.
Lo más sensato es pensar
cómo educar cada vez mejor, y cómo ayudar a otros a hacer lo mismo; no hay, en
este ámbito, fórmulas mágicas. Cada uno tiene un modo propio de ser, que le
lleva a explicar y plantear las cosas de un modo diverso; y lo mismo puede
decirse de los educandos que, aunque vivan en un ambiente semejante, poseen
intereses y sensibilidades diversas.
Tal variedad no es, sin
embargo, un obstáculo. Más aún, amplia los horizontes educativos: por una
parte, posibilita que la educación se encuadre, realmente, dentro de una
relación única, ajena a estereotipos; por otra, la relación con los
temperamentos y caracteres de los diversos hijos favorece la pluralidad de
situaciones educativas.
Por eso, si bien el camino
de la fe de es el más personal que existe –pues hace referencia a lo más íntimo
de la persona, su relación con Dios–, podemos ayudar a recorrerlo: eso es la
educación. Si consideramos despacio en nuestra oración personal el modo de ser
de cada persona, Dios nos dará luces para acertar.
Transmitir la fe
no es tanto una cuestión de estrategia o de programación, como de facilitar que
cada uno descubra el designio de Dios para su vida. Ayudarle a que vea por sí
mismo que debe mejorar, y en qué, porque nosotros propiamente no cambiamos a
nadie: cambian ellos porque quieren
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