Tener
un buen equilibrio entre corazón y cabeza.
Los
dos grandes componentes de nuestra psicología son el mundo de los
sentimientos y de la razón.
Ni demasiados sensibles, rozando la
susceptibilidad, ni excesivamente fríos y racionales. Decía Pascal
que “el corazón tiene razones que la razón desconoce”.
Nuestro
primer contacto con la realidad es emocional: me gusta esa persona,
me cae bien, me agrada este ambiente… Amor e inteligencia deben
formar un binomio bien armado.
Tener una afectividad sana significa
mover bien los hilos de las relaciones con los demás, cargándolas
de sentimientos verdaderos, sin doblez, descubriendo que lo afectivo
es lo efectivo.
Y a la vez saber utilizar bien los instrumentos de la
razón: la lógica, el análisis, la síntesis y el discernimiento.
Los padres tenemos aquí un papel central: educar
es convertir a alguien en persona.
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