Me
enseñó mi padre que había que odiar el delito y compadecer al delincuente; lo
escribo cuando una vez más la corrupción vuelve a estar tristemente de moda en
España. En estas líneas no pretendo acusar a nadie ni eximir de culpabilidad;
lo que pretendo es reflexionar yo y hacer reflexionar a quien me lea sobre las
causas de esta lacra.
Ciertamente
el afán desmedido por el "dios dinero" es una de las causas, pero a
mi juicio hay otra que no está de moda y
pasamos de puntillas en esta sociedad descafeinada y con leche desnatada, (a
este café le llaman "desgraciado" en el argot de la hostelería). Me
refiero a la descristianización, si no hay Dios, si no hay creencias firmes,
todo está permitido y así nos va.
Me
contaba un profesional de la economía que, cuando alguien le proponía algo que
rozaba la moral, él contestaba con una frase que se hizo famosa entre sus
clientes y conocidos: "hacer esto... no me lo permite mi religión" y el
asunto quedaba zanjado.
Vuelvo
al comienzo, odio el delito pero compadezco al delincuente que vive sin Dios y
bastante pena lleva esa vida consigo aunque a los ojos de algunos les pueda
parecer envidiable. No es oro todo lo que reluce, dice el refrán.
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