La
persona que ama actúa en secreto y gratuitamente a favor de sus hermanos,
sabiendo que cada hombre y cada mujer, sea quien sea, tiene un valor sin
límites.
En
Cristo no hay personas que valen más o que valen menos. No hay más que miembros
de un mismo cuerpo, que quieren la felicidad unos de otros y que desean
construir un mundo acogedor para todos.
Si
amarnos en verdad, profesamos que todo hombre y toda mujer, por más
insignificantes que parezcan, tienen en sí una nobleza inviolable, que ellos
mismos y los demás debemos respetar y hacer respetar sin condiciones: que toda
vida humana merece por sí misma, en cualquier circunstancia, su dignificación,
y que toda convivencia humana tiene que fundarse en el bien común, consistente
en la realización cada vez más fraterna de la común dignidad. La fraternidad se
impone sobre la voluntad de dominio, y el servicio por encima de la tentación
de poder.
La
dignidad personal es el bien más precioso que el hombre posee, gracias al cual supera
en valor a todo el mundo material. Las palabras de Jesús: “¿De qué le sirve al
hombre ganar el mundo entero, si después pierde su alma?” contienen una
luminosa y estimulante afirmación antropológica: el hombre vale no por lo que
tiene-aunque poseyera el mundo entero- sino por lo que es. No cuentan tanto los
bienes de la tierra, cuanto el bien de la persona, el bien que es la persona
misma.
Pero la antropología
teológica, el hombre desde el punto de vista del cristianismo tiene su
fundamento en lo que es el hombre desde el punto de vista humano y ahí los que
empezaron a estudiarlo fueron los filósofos griegos, Aristóteles, etc.
continuando ese estudio a lo largo de los siglos hasta nuestros días. Y esto es
la Antropología filosófica, el estudio del hombre desde la óptica del amor a la
sabiduría que eso es lo que significa la palabra filosofía.
Hasta aquí la introducción y los objetivos. A partir del día 12 iré desarrollando brevemente conceptos de antropología filosófica.
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