Sobre la fidelidad y la coherencia
“Pero toda fidelidad debe
pasar por la prueba más exigente: la de la duración. Por eso la cuarta
dimensión de la fidelidad es la constancia. Es fácil ser coherente por un día o
algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser
coherente en la hora de la exaltación, difícil serlo en la hora de la
tribulación. Y sólo puede llamarse fidelidad una coherencia que dura a lo largo
de toda la vida. El fiat de María en la Anunciación
encuentra su plenitud en el fiat silencioso que repite al pie
de la cruz. Ser fiel es no traicionar en las tinieblas lo que se aceptó en
público”.
Es fácil ser
coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda
la vida. Es fácil ser coherente a la hora de la exaltación, difícil serio a la
hora de la tribulación. Y sólo puede llamarse fidelidad a una coherencia que
dure toda la vida.
Ser fieles a
Cristo es amarlo con toda el alma y con todo el corazón de forma que ese amor
sea la norma y el motor de todas nuestras acciones.
La fidelidad de
Cristo alcanza en la Cruz su máxima y culminante expresión. De ahí que sea
imprescindible la renuncia y la mortificación. Sin una ascética exigente y sin
una disponibilidad para servirle profundamente enraizada en vuestro corazón,
sin el hábito del olvido de sí, sería imposible amar de veras y ocuparse sólo
de los intereses de Cristo.
Permitidme que
os abra mi corazón para deciros que la principal preocupación ha de ser la
fidelidad, la lealtad a la propia vocación, como discípulo que quiere seguir al
Señor con una entrega total y con una disponibilidad apostólica sin
condicionamientos ni fronteras. Sólo a la luz de esta entrega se pueden
afrontar los demás problemas.
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