Hace años, en los turnos de la noche, yo manejaba
un taxi, que se convirtió en un confesionario móvil. Los pasajeros me contaban
acerca de sus vidas. Escuché a varias
personas que me asombraban, me ennoblecían, me hacían reír y muchas otras me
deprimían. Pero nadie me conmovió tanto como la mujer que recogí en una fría
noche de agosto.
Un día respondí a la llamada
de una vivienda en un modesto sector de la ciudad. Cuando llegué a las 2:30 de
la madrugada, el lugar estaba oscuro excepto por una tenue luz en
el primer piso. Bajo esas circunstancias, muchos conductores esperan un minuto y se marchan. Aunque la situación se veía
peligrosa, yo caminé hasta la puerta y
toqué. “Un minuto", respondió una
frágil voz.
Ella repetía su
agradecimiento por mi gentileza. No es
nada, le dije, yo sólo trato a las personas como quiero que traten a
mi madre.
Ya en el taxi me dio un papel escrito con una
dirección, entonces pregunto: ¿Podría
manejar a través del centro? Ese no es
el camino mas corto, le respondí rápidamente.
Oh, no importa, dijo ella, estoy camino del asilo y quisiera ver mi pueblo por ultima vez. La miré por el espejo retrovisor, sus ojos estaban llorosos. No tengo familia, no tengo a nadie, ella continuó, yo se que ya no me queda mucho tiempo por vivir…
Oh, no importa, dijo ella, estoy camino del asilo y quisiera ver mi pueblo por ultima vez. La miré por el espejo retrovisor, sus ojos estaban llorosos. No tengo familia, no tengo a nadie, ella continuó, yo se que ya no me queda mucho tiempo por vivir…
Tranquilamente apagué el
taxímetro. Las siguientes dos horas manejé a través de la ciudad. Ella me mostró
el edificio donde había trabajado como operadora de elevadores. Manejé por el
vecindario donde ella y su esposo vivieron cuando estaban recién casados.
Me pidió que nos
detuviéramos frente a un almacén de muebles donde una vez hubo un salón de
baile en que ella aprendió a bailar cuando era niña.
Algunas veces me pedía que
pasara despacio por frente a un edificio en particular, una esquina, un teatro,
o por el parque, y miraba hacia la oscuridad sin decir nada.
Cuando apareció el primer
rayo de sol en el horizonte, dijo:
Estoy cansada, ya quiero llegar a descansar.
Estoy cansada, ya quiero llegar a descansar.
Manejé en silencio hasta la
dirección que me había dado.
Dos asistentes que estaban esperándola vinieron al taxi tan pronto llegamos. Eran muy amables. Abrí la cajuela y lleve su equipaje hasta la puerta. La mujer se sentó en una silla de ruedas.
Dos asistentes que estaban esperándola vinieron al taxi tan pronto llegamos. Eran muy amables. Abrí la cajuela y lleve su equipaje hasta la puerta. La mujer se sentó en una silla de ruedas.
- ¿Cuánto le debo?,
Preguntó, buscando en su bolsa. Nada, le dije.
De regreso a casa yo
reflexionaba: ¿Qué habría pasado si a la mujer la hubiese recogido un conductor
malhumorado o alguno que estuviera impaciente por terminar su turno?, ¿Qué
habría pasado si me hubiera rehusado a tomar la llamada, o hubiera esperado un
minuto y me hubiera marchado?
Yo no creo que haya hecho
algo más importante en mi vida.
A veces pensamos que
nuestras vidas están llenas de grandes momentos, pero los mas grandes momentos
son los que nos atrapan desprevenidos. Alguien tal vez no recuerde lo que
hiciste o lo que dijiste... pero siempre recordarán cómo los hiciste sentir...
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