Nuestra sociedad se está
volviendo muy violenta en un plano deslizante y aparentemente suave que nos
acerca a la normalidad violenta de las sociedades precristianas. El aborto
legal y normalizado es la expresión más evidente de este nuevo y creciente
acostumbramiento a la violencia; pero las expresiones de este fenómeno crecen a
nuestro alrededor de forma continua. No sé si ese chico de 13 años armado con
ballesta se incardina en este preocupante y triste fenómeno actual o si es un
caso aislado de patología médica incontrolable e indetectable; pero convendría
estudiar sin prejuicios estos casos conforme a los parámetros analíticos
indicados para saber qué nos pasa y por qué nos pasa. Uno de los síntomas de
una sociedad que se desarma moralmente es la autocastración intelectual que
impide analizar con verdad lo que sucede a nuestro alrededor.
C.S. Lewis escribió en “La abolición del hombre” que, si suprimimos
el órgano, no podemos sorprendernos de que desaparezca la función. Si nos
reímos de quienes afirman que el bien existe, si no sabemos que el hombre es
algo más que un trozo de carbono evolucionado conforme a las reglas ciegas de
la bioquímica, si entronizamos la propia satisfacción como único criterio
ético, si admitimos que el respeto a la vida admite excepciones, si
desprestigiamos como peligrosos fundamentalistas a quienes defienden una moral
objetiva de bienes y valores siempre dignos de respeto, si afirmamos que la
justicia de las leyes solo depende de si las aprueba una mayoría
preestablecida, ...no podemos llevarnos las manos a la cabeza con estupor si
crece la violencia en nuestro entorno.
No estamos viviendo de momento –en Europa– el surgimiento de
formas totalitarias de violencia institucional como instrumento de la política
como sucedió en los años 30 del siglo pasado, pero sí estamos siendo testigos
del aumento de la violencia de la gente normal, de la violencia en la vida
cotidiana. Conviene reflexionar sin prejuicios sobre ello para intentar
entender qué nos pasa y por qué nos pasa.
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