Traigo un artículo de Benigno Blanco que me parece muy interesante. Lo publicaré en dos días sucesivos para no cansar al lector; pienso que merece la pena leerlo y reflexionar sobre el.
"Los medios de comunicación
nos traen la noticia del adolescente de 13 años que, armado de machete,
ballesta y cóctel molotov, entra una mañana en su escuela y asesina a un
profesor y lo intenta con más personas. La opinión pública se agita unas horas
y... pronto pasaremos al siguiente escándalo o crimen... que nos ocupará
también unas horas... hasta el siguiente. Un viejo amigo me decía siempre: “no
te olvides de que la opinión pública no tiene memoria”. Pero conviene
reflexionar y no olvidar si queremos estar en condiciones de afrontar en serio
nuestros problemas: hay que saber lo que nos pasa y por qué nos pasa, y no solo
constatar lo que sucede.
Obviamente yo no dispongo de información especial sobre ese
muchacho de 13 años que, ballesta en mano, asesinó a un profesor; y no puedo,
por tanto, dar claves singulares de este caso. No conozco datos de su familia,
ni de su conducta antecedente; no sé qué libros leyó o si no leyó ninguno; no
sé si rezaba o no sabía qué es rezar; no sé si alguien le explicó que el bien y
el mal existen y podemos conocerlo con certeza razonable o si era un analfabeto
moral; no sé si recibió amor en su hogar o no; no sé nada de él... más que un
día en frío y de forma premeditada decidió algo terrible: matar a un semejante.
Y esto no puede menos que sorprenderme pues vivimos en una cultura que lleva
dos mil años construyendo –o intentando construir– un humus cultural que
excluya la violencia y especialmente el asesinato.
Claramente este chico no pertenecía la mañana del pasado día 20 a
esta tradición cultural humanista que educa para no matar. No sé las razones;
no puedo saber si es que nadie le ayudó nunca a imbuirse de esta estupenda
tradición de respeto al ser humano y fue educado en un relativismo moral e
intelectual conforme al cual no hay nada que sea bueno o malo en sí sino que
todo depende de las circunstancias y las motivaciones; no conozco si fue
educado en esa tradición pero su propia voluntad o un trastorno mental grave le
hizo romper momentáneamente o de forma permanente con esa tradición; desconozco
si ha estado sometido a influencias nocivas de la cultura de la muerte (parece
que sí, que era aficionado a las imágenes gore); no sé si en su entorno se
hablaba bien o mal del aborto y la eutanasia, si se le educó en el amor o en la
banalización del sexo, si en su educación estuvo presente un ideal de buena
persona o consistió sin más en un proyecto seudopedagógico de autoconstrucción
personal sin criterios objetivos; desconozco lo que sus padres y su escuela le
enseñaron sobre en qué consiste ser un ser humano; no sé si alguien le habló de
Dios alguna vez de forma seria y atractiva o no, y si alguien le explicó alguna
vez que él mismo era un hijo de Dios y su víctima también.
No sé nada de lo que habría que saber para formular un juicio con
fundamento y por eso no puedo opinar sobre este caso concreto. (Y, por ello, me
asombra que tantos –con la misma ignorancia que yo– opinen y emitan juicios).
Pero lo que sí puedo hacer es constatar cómo en nuestro entorno aumenta la
violencia de la “gente normal”: muchísimos abortos, crecientes en número
prácticas eutanásicas, agresiones entre jóvenes –incluso hasta la muerte– por
peleíllas en principio tontas, violencia machista entre las parejas jóvenes,
crueldad verbal en la crítica política que hace tabla rasa de la dignidad de
las personas y el respeto a la dignidad del contrincante, indiferencia ante el
hambre y el abandono del vecino del barrio que busca su comida en el contenedor
de la basura, explotación inmisericorde de jóvenes en el mercado de trabajo con
jornadas extenuantes y salarios escandalosamente bajos en comparación con la
rentabilidad de los negocios, violencia contra la propia vida mediante el
consumo irresponsable de alcohol y drogas convertido en la forma normal de
divertirse el fin de semana, violencia contra la dignidad sexual de cada uno
mediante el sexo banal y circunstancial de usar y tirar, pedofilia en la red o
en la vida real, violencia contra –especialmente– la mujer mediante la
pornografía omnipresente, violencia moral en tanta telebasura en que las vidas
se exhiben y machacan sin piedad ni respeto alguno a las personas, etc.
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