Había un
hombre que comprendía el sufrimiento humano y vivía la benevolencia y la
compasión.
Entre sus primos,
se encontraba uno que siempre estaba celoso de el y empeñado en desacreditarlo
e incluso dispuesto a matarlo.
Cierto día
que el hombre estaba paseando tranquilamente, su primo le arrojó una pesada
roca desde la cima de una colina con la intención de acabar con su vida.
Sin embargo, la roca sólo cayó al lado del buen hombre y el primo no pudo conseguir su objetivo. El hombre se dio cuenta de lo sucedido y
permaneció impasible, sin perder la sonrisa de los labios.
Días después
se cruzó con su primo y lo saludó con afecto. Muy sorprendido le
preguntó:
¿No estás enfadado?
No, claro que no.
Sin salir de su asombro, inquirió:
— ¿Por qué?
Le respondió:
—Porque ni tú eres ya el que arrojó la roca, ni yo soy ya el que estaba allí cuando fue arrojada.
Para el que
sabe ver, todo es transitorio; para el que sabe amar, todo es perdonable.
Por eso es muy importante saber perdonar a todo el que necesite nuestro perdón e
incluso perdonarse a sí mismo,
Cuando
perdonamos actuamos con la fuerza que da la Presencia de Dios... y ten en
cuenta que con perdonar te quitas de encima una mochila pesada.
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