Decía ayer que quizás tendríamos
que cambiar el rumbo para que la frivolidad no se paseara con tanta libertad
por nuestra sociedad. Una de las muchas cosas que ha dicho el Papa Francisco en
la JMJ ha sido recordar a la madre Teresa de Calcuta, afirmaba ésta que, para cambiar
el mundo tendríamos que empezar a cambiar tú que me lees y yo. ¿y en qué
dirección tendríamos que cambiar?, intentaré explicarme.
Pienso que nadie en su sano
juicio puede protestar porque en las autovías haya una separación en medio de
forma que impida pasarse al otro lado, todos nos damos cuenta que es por
nuestra propia seguridad y la de los demás; también entendemos que se nos
advierta sobre tramos especialmente peligrosos que hay en las carreteras e
incluso que se nos exija ir a una velocidad determinada: lo entendemos porque
es nuestra vida como mínimo, la que está en juego. También entendemos que se nos advierta en
los medicamentos que no debemos dejarlos al alcance de los niños o que no nos
conviene abusar de ellos; obviamente es por nuestro bien. Podría seguir
poniendo ejemplos y entonces alargaría demasiado esta reflexión. Lo que me
parece que está claro es que si alguna persona a la vista de las
recomendaciones o incluso prohibiciones que se hacen en bien de la vida propia,
de la dignidad, del derecho al respeto que toda persona tiene, etc., opinara
que va en menoscabo de su libertad habría que pensar que algo le falla en su
inteligencia.
Todos estamos de acuerdo en que
no es justo robar, ni matar y que semejantes acciones hay que castigarlas; sin
embargo hace muchísimos años alguien se nos adelantó a nuestros deseos y dio un
decálogo dirigido a establecer una buena convivencia entre las personas y he
aquí que no sólo protestamos sino que nos las saltamos a la torera y cuando nos
afecta las consecuencias de esos actos, rápidamente exigimos justicia humana
que en tantas ocasiones deja tanto que desear…
Pienso que la rectificación del
rumbo pasa sin más remedio por cumplir la ley natural que en contra de lo que algunos creen, afecta a todas las personas por el hecho de serlos, tengan o no alguna religión: amar a Dios, amar al
prójimo, no matar, no robar etc. (cfr. Compendio del Catecismo. Los diez
Mandamientos)
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