Vivimos en una sociedad digna de observación,
ya hace días publiqué un artículo preguntándome si cada uno no llevamos dentro
un agente del FBI; ¿motivo? Porque intentamos justificar nuestros personales
equivocaciones buscando a alguien para echarle la culpa. Busquemos al supuesto
culpable y quedémonos tranquilos sin hacer examen de conciencia que me lleve a
rectificar y así nos va.
Ayer publiqué un chiste del famoso humorista
Forges en el que para justificar la falta de autoridad del padre, éste echa mano
de los famosos traumas. Tenemos una tendencia a no llamar las cosas por su
nombre, quizá fruto de la cobardía. No sabemos distinguir autoridad que siempre
tiene que haberla y que es compatible con los buenos modos y con el diálogo,
etc., con el autoritarismo que como casi todos los “ismos” son su caricatura.
¿Qué es el autoritarismo?, el abuso de poder,
el que no teniendo razones convincentes para justificar las cosas acude al
golpe en la mesa. La autoridad no tiene nada que ver ni con el autoritarismo, ni
con la blandenguería: el miedo al trauma y similares...
Lo que ocurre es que la verdadera autoridad
hay que trabajársela, hay que ir por delante dando ejemplo y resulta más fácil
tirar la piedra a quien se desmanda que tratar primero de esforzarse en hacer
las cosas bien, esas cosas que exigimos a los demás. Se podría aplicar lo que
les decía Jesucristo a los fariseos, atan pesadas losas a los demás pero ellos
no las mueven ni con un dedo. Aplicando un lenguaje claro se trataría de: hacer
lo que yo os digo, pero no hagáis lo que yo hago.
Padres, profesores, gobernantes, etc., seamos
coherentes, intentemos ir por delante. Señalar donde está el mal es fácil,
intentar hacer el bien resulta más costoso.
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