Entre
todas las criaturas de la tierra, sólo el ser humano es persona, sujeto
consciente y libre, y, precisamente por eso, es a la vez el centro y lo más
alto de todo lo que existe sobre la tierra.
La
Iglesia conoce, gracias al Evangelio, la verdad sobre el hombre, y no cesa de
profundizar y de comunicar la afirmación primordial de que el hombre y la mujer
son creados directamente por Dios, a su imagen y semejanza.
Al
hacer el mundo, Dios creó al ser humano para que participara en esa comunidad
divina de amor... El hombre, eternamente ideado y eternamente elegido en
Jesucristo, debía realizarse como imagen creada de Dios, reflejando el misterio
divino de comunión en sí mismo y en la convivencia con sus hermanos. Sobre la
tierra debía tener, así, el hogar de su felicidad, no un campo de batalla.
Por
ello, el hombre no puede ser reducido a una simple parte de la naturaleza o a
un elemento cualquiera de la ciudad humana. Todos y cada uno estamos penetrados
por el soplo de vida que proviene de Cristo. Esta unión de Cristo con el hombre
es en sí misma un misterio, del que nace el ‘hombre nuevo” llamado a participar
en la vida de Dios, creado nuevamente en Cristo, en la plenitud de la gracia y
la verdad.
Estas
verdades profundas, que constituyen la base de la doctrina de la Iglesia acerca
del hombre y la mujer y de sus derechos y deberes en la sociedad, son también
la fuerza que nos debe mover en nuestra acción de servicio a la humanidad
entera.
Conclusiones:
A la altura del siglo
XXI nadie ha podido demostrar el origen del hombre sobre la tierra, hipótesis
hay varias; certezas solo la existencia de un Creador que nos precede y que
cuida de nosotros.
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