Hace ya
tiempo que he dejado de ver los telediarios, confieso que me dejan estupefacta
algunas noticias y no me compensa irme a la cama con mal sabor de boca; no sé
si voy a tener que hacer algo similar con los periódicos porque lo que leo cada
día me gusta menos, bien es verdad que como me gusta estar informada no soy
amiga de tomar la actitud de la avestruz, esconder la cabeza y así no se
enteran del peligro.
Lo que en
realidad me hace pensar es –como se dice ahora- la poca ética, moralidad en
definitiva que se respira en la sociedad: escándalos de corrupción a todos los
niveles, malos tratos, infanticidios, abusos y un largo etcétera que prefiero
no enumerar. Soy optimista por naturaleza y estoy convencida que la última
batalla -pese a quien pese- la gana Dios, así que prefiero estar en su bando y
tener, no esperanza, sino la seguridad de estar bien situada.
Me dan pena
los que se creen que la felicidad está en acumular dinero o en vivir con gran
lujo, sin que les falte de “ná”, me dan pena y risa porque como dice el Papa
Francisco, nunca he visto un camión de mudanzas detrás de un coche fúnebre y
añado, tampoco directores de bancos detrás de un muerto. Todo lo dejamos aquí,
solamente nos acompañarán nuestras buenas obras.
Por eso una
vez más, invito a reflexionar al que me lea sobre la necesidad de impartir a
todos los niveles y por todos los medios una buena educación-formación que
sitúe los verdaderos valores en donde tienen que estar. Con toda seguridad
encontraremos bastante más felicidad de la que hay ahora; sinvergüenzas siempre
los va a haber pero serán menos de los actuales.
Nuestros políticos
piensan que todos los problemas los van a arreglar con leyes, nos quieren
sepultar en papeleo. Me parece que no, es más práctico una buena formación. A
los hechos me remito.
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