Constantino no fue Papa, sino emperador romano desde el
312 hasta el 337. Sin embargo, y si exceptuamos a san Pedro, fue más importante
para el papado y para el cristianismo que cualquier papa anterior.
En el 313,
con su edicto de Milán la Iglesia pudo salir de las catacumbas y expresarse en
espacios públicos. En el 321 declaró el domingo como fiesta pública en el
Imperio, tradición que ha pervivido hasta nuestros días.
Mitigó la brutalidad
de algunos aspectos de la ley criminal romana y el trato a los esclavos. Hizo
donaciones para ayudar a los niños pobres y, de este modo, desincentivar el
aborto y el abandono a la intemperie de los niños recién nacidos para que
murieran.
En el 325 convocó el Concilio de Nicea: los obispos podían consensuar
sus acuerdos sobre temas teológicos, pero solo serían válidos con su
aprobación. Las acciones de Constantino en favor de la Iglesia no necesitan ser
embellecidas ni exageradas. Por esta razón, en algunas Iglesias ortodoxas es
conocido como el «decimotercer apóstol».
Junto con su madre, Elena, es venerado
como santo en dichas Iglesias, y madre e hijo comparten la misma festividad, el
21 de mayo.
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