Hace ya unos meses, anduve de vacaciones por la provincia de Zamora, y
fui invitado a visitar una finca propiedad de un paisano donde elaboraban unos
jamones caseros muy afamados por toda la zona.
Al pasar por una de las pocilgas, me llamó la atención la magnífica y
extraña raza de una hembra que
amamantaba a una camada de lechones.
Por curiosidad, le pregunté al hijo del patrón que me estaba atendiendo,
de qué raza eran esos cerdos. - Son de raza “española”… Pero espere que llamo a
mi padre, que él le cuenta cómo se consigue esta raza.
Por la puerta de la cocina emergió D. Nicolás, un gigante de cabellos
blancos que se desplazaba dificultosamente asistido por un bastón de 3 patas y
me invitó a sentarme a la mesa del porche donde reposaba un enorme botellón de
aguardiente de no menos de 60 º.
-¿Ud. sabe cómo se cazan los cerdos
salvajes del monte?- me espetó el paisano sin más trámite, mientras me
servía un vasito chato de ese fortísimo aguardiente.
-
Bueno, creo que los perros los acorralan y con un fusil los abaten, le contesté
prudentemente, presintiendo que la historia venía por otro lado y que el viejo
sabía más que yo…
En este caso, no es así. -me dijo don Nicolás- y prosiguió: Y cuando le
diga cómo los cazo yo y como los “amanso”, Ud. entenderá porqué se los llama de
raza “española” y si es un hombre inteligente, podrá sacar algunas conclusiones acerca de por
qué a los españoles nos va como nos va.
En el fondo de la finca, detrás de aquel bosque de álamos y hasta la
orilla del río, hay un monte agreste sin cultivar. En ese monte abundan las
manadas de cerdos salvajes.
Para cazarlos comienzo por buscar
un claro sin maleza, donde tiro unos puñados de maíz en el suelo. Cuando los
cerdos lo descubren, van a comer todos los días, y solo tengo que reponerles diariamente
la ración.
Una vez acostumbrados, construyo una cerca en uno de los lados del claro
y sigo poniéndoles alimento. Durante unos días van a desconfiar, pero terminan
por volver. Entonces hago otra cerca formando una “L” con la anterior, y les
sigo poniendo comida hasta que de nuevo dejan de desconfiar y regresan a comer.
Y así sucesivamente, hasta que
casi cierro los cuatro lados y solo dejo una abertura para un portón. Para
entonces se han acostumbrado al maíz fácil, le han perdido el miedo a las
cercas y entran y salen casi con naturalidad…
Otro día coloco el portón, lo dejo abierto y sigo poniendo maíz, hasta que
encuentro la piara comiendo, entonces cierro la puerta. Al principio empiezan a correr en círculos
como locos, pero ya están sometidos. Muy pronto se tranquilizan y vuelven al
alimento fácil, ya que se olvidaron de buscarlo por sí mismos, y aceptan la
esclavitud.
Nosotros, los españoles (y exactamente
igual en todos los países) debemos darnos cuenta que todos los políticos que
tenemos y hemos tenido en muchos años proceden de la misma manera que yo con
los cerdos…
Nos tiran maíz gratis disfrazado de programas de ayuda, planes sociales, empleos
públicos, cargos políticos, sueldos para liberados y asesores, subsidios para
los parados, leyes proteccionistas, sobornos electorales… Todo a costa del sacrificio
de las libertades que nos van confiscando migaja a migaja…
Y muchos españoles no se dan cuenta que no existe la comida gratis, y que
no es posible que alguien preste un servicio más barato que el que uno mismo
hace. ¿Acaso no ven que toda esa maravillosa “ayuda” que reparte cualquier
gobierno de turno, lo hace con el dinero que el pueblo le entrega para bien
administrarlo, y no para depredar las libertades y los bienes de la gente que trabaja y que produce?
¿Cómo pueden exigirnos sacrificios, si los políticos derrochan nuestro
dinero en suntuosos gastos y a la vez ellos se enriquecen?
¡¡¡Sigamos así – no más -, y que Dios nos ayude cuando nos cierren el
portón!!!
Don Nico apuró de un solo trago lo que quedaba del cuarto vasito, me
saludó y se fue renqueando por la puerta de la cocina.
Y yo, trastornado y apabullado por la verdad, saludé al hijo y me
volví por el polvoriento camino de
regreso a casa… pensando ¡estamos domesticados!
Hasta cuándo vamos a consentirlo?
¡ NOS ESTÁN CERRANDO EL PORTÓN!
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