El poder y
la ley no son sinónimos. La verdad es que con frecuencia se encuentran en
irreductible oposición. Hay la ley de Dios, de la cual proceden todas las leyes
equitativas de los hombres y a la cual deben estos ajustarse si no quieren
morir en la opresión, el caos y la desesperación. Divorciado de la Ley eterna e
inmutable de Dios, establecida mucho antes de la fundición de los soles, el
poder del hombre es perverso, no importa con qué nobles palabras sea empleado o
los motivos aducidos cuando se imponga.
Los hombres
de buena voluntad, atentos por tanto a la Ley dictada por Dios, se opondrán a
los gobiernos regidos por los hombres y si desean sobrevivir como nación, destruirán
al gobierno que intente administrar justicia según el capricho o el poder de
jueces venales.
(Cicerón,
año 106-43 antes de Cristo)
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