“Pero toda
fidelidad debe pasar por la prueba más exigente: la de la duración.
Por eso la cuarta dimensión de la fidelidad es la constancia. Es
fácil ser coherente por un día o algunos días. Difícil e
importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente en
la hora de la exaltación, difícil serlo en la hora de la
tribulación. Y sólo puede llamarse fidelidad una coherencia que
dura a lo largo de toda la vida. El “hágase” de María en
la Anunciación encuentra su plenitud en el “hágase” silencioso
que repite al pie de la cruz. Ser fiel es no traicionar en las
tinieblas lo que se aceptó en público”.
Ciudad
de México, Catedral
Viernes 26 de enero de 1979
Viernes 26 de enero de 1979
Perseverancia
y fidelidad
Es
fácil ser coherente por un día o algunos días. Difícil e
importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente a
la hora de la exaltación, difícil serio a la hora de la
tribulación. Y sólo puede llamarse fidelidad a una coherencia que
dure toda la vida.
Su
llamada es una declaración de amor. Vuestra respuesta es entrega,
amistad, amor manifestado en la donación de la propia vida, como
seguimiento definitivo.
Ser
fieles a Cristo es amarlo con toda el alma y con todo el corazón de
forma que ese amor sea la norma y el motor de todas nuestras
acciones.
La
fidelidad de Cristo alcanza en la Cruz su máxima y culminante
expresión. De ahí que sea imprescindible la renuncia y la
mortificación. Sin una ascética exigente y sin una disponibilidad
para servirle profundamente enraizada en vuestro corazón, sin el
hábito del olvido de sí, sería imposible amar de veras y ocuparse
sólo de los intereses de Cristo.
Permitidme
que os abra mi corazón para deciros que la principal preocupación
ha de ser la fidelidad, la lealtad a la propia vocación, como
discípulo que quiere seguir al Señor con una entrega total y con
una disponibilidad apostólica sin condicionamientos ni fronteras.
Sólo a la luz de esta entrega se pueden afrontar los demás
problemas.
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