Lo
que está sucediendo en España no tiene buen aspecto. Pero
tendríamos que ser muy necios para pensar que se trata de un
estallido, de una reacción más o menos radical y explosiva ante la
multiplicación de casos de corrupción y la duración de la crisis
económica. No es así. Lo que está sucediendo en España, más
bien, tiene que ver con el triunfo del slogan, con la seducción de
las masas a través de las emociones, y con la desactivación de los
cerebros. Es el fruto de muchas décadas en las que la verdad no ha
importado a casi nadie, mientras la «libertad», entendida como
acceso fácil al placer, se ha convertido en un valor absoluto. Hay
mucho dinero de por medio en este proceso. No debería extrañar la
multiplicación de casos de corrupción.
La
televisión, y otros medios de transmisión rápida de contenidos,
como Internet o las redes sociales, han creado, finalmente, una
sociedad en la que las ideas (pocas) se entregan ya pensadas, como
los envases con comida precocinada que compramos en los
supermercados. Son muchos quienes se conforman con esas ideas, sin
tomarse la molestia de contrastarlas con la realidad, por el mero
hecho de que son agradables y prácticas. A nadie le importa el
«qué». Pero sabemos del «cómo» más de lo que ninguna
generación ha sabido nunca. Las humanidades y las letras casi han
desaparecido de los planes de estudio, mientras la tecnología está
al alcance de niños de cuatro años. No hay filósofos, no hay
metafísicos. La antropología se ha convertido en el estudio de
Atapuerca, y la cosmología debe ser algo relacionado con las naves
espaciales.
La
gran pitonisa, la oráculo de nuestro siglo, mal que les pese a
algunos, fue Leyre Pajín. Ella reveló la clave que desentraña el
secreto del Occidente del siglo XXI, cuando habló de la «conjunción
cósmica» señalada por la coincidencia de los mandatos de Zapatero
y Obama. ¡Tenía razón! Fue ZP quien aportó otra de las claves, al
enmendar la plana al mismo Dios encarnado, y corregir su sentencia:
«La libertad os hará verdaderos», dijo el oráculo. Y, si tenemos
en cuenta, como más arriba he escrito, que «libertad» significa
hoy «acceso fácil al placer», este evangelio vuelto del revés
quería decir: «¡Olvidaos de la verdad! ¿A quién le importa?
Disfrutad de la vida y dad por aprobada la metafísica».
No
es sólo en España. La nube de zapaterismo (llamémoslo así, ya que
somos españoles) ha cubierto la Tierra entera, y se ha infiltrado en
todo lugar provisto de ventanas. También en nuestra Iglesia, cuyas
ventanas se han mostrado especialmente vulnerables a través de la
Historia. Santo Tomás de Aquino ha desaparecido de nuestras
catequesis y predicaciones. En los seminarios se enseña más
sociología y psicología que filosofía. Las prédicas de los
sacerdotes, las catequesis, y las formas de desenvolverse de nuestras
reuniones litúrgicas u oracionales hablan más al corazón que a la
cabeza. En algunos casos, incluso a las vísceras. A lo sumo, se nos
proporcionan slogans fáciles, apenas razonados aunque muy sonoros.
Hablar sobre materia y forma de los sacramentos a jóvenes de 16 años
parece un atentado contra la juventud. Nos preocupamos más de
entretener, divertir y emocionar a los fieles que de instruirlos…
¿Qué vamos a esperar de ellos? Si los tomamos por necios, no
debería extrañarnos que los convirtamos en necios. Eso sí: necios
con emociones religiosas.
Si
nadie lo hace, los cristianos deberíamos tomar la delantera y ser
los primeros en convertirnos: es urgente enseñar a los hombres a
pensar. Debemos recordarles que tienen alma, entendimiento, y
capacidad de raciocinio. Es urgente dejar de divertir a la gente y
enseñarles a aburrirse con lo que importa: conocer la verdad. Es
preciso instruir a los hombres, y proporcionarles conocimientos
sólidos de filosofía y teología que les ayuden a distinguir lo
auténtico de lo falso en toda esta maraña de emociones. Porque si
nuestros cristianos no saben conocer la verdad, jamás podrán
conocer «de verdad» a Dios. Y, sin ese conocimiento, no hay vida
eterna. Habrá powerpoints, whatsapp, fibra óptica, música, baile y
educación de la afectividad… Pero no habrá vida eterna. Y, en
cuanto a la temporal, tal como vienen las cosas, mal asunto.
José-Fernando
Rey Ballesteros, pbro
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