S. Josemaría Escrivá nació en Barbastro, España, el día 9 de
enero de 1902. Se ordenó sacerdote tal día como hoy, 28 de marzo de 1925, hace
noventa años, tenía 23 años. De la vida de este santo sacerdote me llaman la
atención muchas cosas, su sentido común, su alegría, su buen humor, su claridad
de ideas, su profunda vida interior, su visión de futuro y un largo etcétera.
Sin embargo hoy, en el 90 aniversario de su ordenación
sacerdotal quiero destacar un matiz que siempre me ha llamado profundamente la
atención. He leído varias biografías de él y en todas destaca que lo que le
hizo plantearse la vocación al sacerdocio fue el pensar que siendo sacerdote
estaría más disponible para lo que Dios pudiera querer de él; entiendo yo que
su decisión de entrar en el seminario no vino dada por una certeza de que eso
es lo que quería Dios de él, sino más bien la sensación de que siendo sacerdote
podría estar más disponible para llevar a cabo los planes de Dios. Ciertamente
tenía unas inquietudes a las que no acababa de dar forma, tuvieron que pasar
tres años y pico para saber que lo que Dios quería de él era que fundara el
Opus Dei un 2 de octubre de 1928, pero decidió ser sacerdote sin tener una
certeza total y completa de que ese era su camino.
Lo quiero destacar porque en esta sociedad en la que vivimos, en
la que se le exige a Dios pruebas contantes y sonantes de su existencia y por
supuesto de su querer sobre cada uno, choca frontalmente con la decisión de S.
Josemaría: “me hice sacerdote para estar más disponible a lo que Dios pudiera
querer de mi…”
Me impresionó la primera vez que lo leí y me siguen
impresionando. Me gustaría que quien lea esta reflexión, pensara si tiene él o ella en su vida esa misma actitud para lo que se refiere a
Dios.
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