Casi acaba el año y con frecuencia se suele comentar sobre lo rápido
que ha pasado, y es cierto, la vida pasa a velocidad, cuando nos queremos dar
cuenta tanto lo bueno como lo malo han acabado; aunque a decir verdad da la
sensación que lo malo pasa más lentamente, pero no deja de ser una percepción
subjetiva.
Acaba el año y lo importante es ver como lo hemos aprovechado,
los lamentos y las quejas son de ordinario muy poco práctico si no desembocan
en rectificaciones y propósitos de mejora.
A mi juicio debemos huir de la
tentación más frecuente: echarle la culpa de nuestras desgracias a los demás. Hay
un fandango de Huelva que dice así: “pensamientos
míos no me traiciones y no culpes a nadie de mis errores”. Pues eso,
echarle la culpa a los demás o a las circunstancias más o menos adversas es un
claro indicio de inmadurez, ¡balones fuera!, como si porque busquemos chivos
expiatorios las cosas se fueran a arreglar…
Estamos en los ultimísimos días del año, vamos a aprovecharlos
realizando una especie de examen personal y dejémonos de lamentos, quejas y
otras zarandajas y pasemos a la acción, reconocer nuestros errores, aprender de
ellos y con la ayuda de Dios tratar de superarlos poco a poco.
Pienso que es la mejor forma de encarar el Año Nuevo para que
realmente sea un Feliz Año Nuevo.
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