No quiero estar congelada. Ser
eternamente bella, eternamente joven. No. Quiero una vida vivida, no temo a la
muerte. La muerte no es el final. Es el principio. La gente sueña casi
compulsivamente con mantenerse joven, pues cree que es más hermosa, dinámica y
mejor. Yo creo que lo bello que hay en nosotros no se apaga como una vela en
una tarta de cumpleaños, sino que permanece en el tiempo, como los grafitis de
los pupitres escolares y las absurdas o no tan absurdas promesas de amor en los
árboles y los bancos del paseo marítimo. Quiero vivir mi vida con introducción,
nudo y desenlace. Como una novela. Aunque sea corta. Quiero tener arrugas, pues
mis abuelas están preciosas con ellas. Quiero ver que las marcas de la vida se
tatúan en mi rostro y que mi principal arruga de expresión, destacable en
pómulos y boca, demuestre que he sabido llevar mi vida con una sonrisa. Aunque
también he de decir que la vida no es mejor por ser larga o corta, sino por ser
llena. Envejecer no es agotarse; es avanzar. Avanzar y, de pronto, detenerse.
En definitiva, cumplir un papel. Y descansar de su azarosa vida. Llegar al
final del capítulo. (Lucía Ballester)
Y en este final del capítulo
encontrarte para siempre con Dios. No le hagamos mala prensa a la muerte que
tiene que llegar cuando Dios y sólo Dios disponga.
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